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 Análisis internacional | Lunes, 5 de julio de 2004

por ISAAC BIGIO*
El desafío de Hussein

ADDAM HUSSEIN apareció desafiante en su presentación ante la corte iraquí. El se sigue considerando el legítimo presidente de su república mientras que para él Bush es el criminal de guerra. Su belicosidad genera una serie de problemas ante el nuevo gobierno iraquí, el mismo que más se apoya en las bayonetas extranjeras que en el soporte popular.

Tras más de 400 días de haberse retirado de la vida pública y unos 200 de haber sido capturado e incomunicado, el ex dictador se mostró ante cámaras como seguro de sí mismo. Pese a la enorme presión puesta sobre él durante su cautiverio no parecía ser un hombre desmoralizado. El propio Richard Armitage, vice-secretario de estado norteamericano, había confesado previamente que Saddam no había dado mayor información.

La táctica de Hussein es la de tratar de aparecer como una víctima y un símbolo de la resistencia árabe y musulmana ante el ‘imperialismo’. El hombre acusado de torturar a sus prisioneros o de haber masacrado decenas de miles de civiles de sus dos vecinos orientales y de su propio país, muestra la imagen de quien no ha recibido la justicia merecida. Se ha presentado sin ningún abogado que le defienda y no ha podido ver a sus familiares, pues su paradero ha sido desconocido.

Su estrategia es la de voltear las tablas y pasar de acusado a acusador. Ese es un método que usó Fidel Castro tras su arresto en manos de Batista y que viene empleando Milosevic.

El nuevo presidente Sheikh Gazi Al Yawar ha planteado que Iraq puede restablecer la pena capital. Blair y la mayoría de los líderes europeos se oponen a ello pues implicaría acrecentar la violencia y transformar a Saddam en un mártir. Para quienes quisieran mantener al ex tirano bajo rejas hay el temor que él sería más peligroso muerto que vivo.

Saddam sabe que la ocupación extranjera no es popular. Él afirma que sigue existiendo en cada hogar iraquí. Calcula que si sus oponentes temen ejecutarlo y que, de hacerlo, corren el riesgo de ‘inmortalizarlo’.

Esto es lo que ha pasado con otro Hussein, quien en Iraq e Irán es uno de los hombres más venerados. El Imán Hussein no fue un moderno tirano sunnita sino el líder del levantamiento chiíta de hace 13 siglos contra el califato sunnita.

Él fue masacrado en Karbala junto a sus allegados y familiares. Su despedazamiento es celebrado con rituales de autoflagelación. Su imagen es mostrada con una barba y tez similar a la de Jesús. Para más de cien millones de chiítas que hay en el mundo, él es un modelo a admirar.

Saddam no pretende ser un caudillo religioso sino el emblema de todo su país, el mundo árabe y el Islam.

El proceso contra el ex tirano es usado por el nuevo gobierno para legitimarse. Por un lado muestran que se juzga y no se asesina al acusado, y por otro el litigio sirve para mostrar a la población lo malo del régimen depuesto mientras a la población se le distrae de lo que son sus principales quejas: la falta de servicios, el hiperdesempleo o el malestar ante la presencia de 160,000 uniformado foráneos.

También les ayuda a polarizar a la población. Para mantenerse en el poder la coalición pro-EEUU necesita fabricar un enemigo lo suficientemente repulsivo capaz de hacer que las mayorías les prefieran a ellos. Saddam o Zarkawi son los perfectos demonios.

El premier Allawi hábilmente busca dividir a la resistencia entre los que se les puede aceptar reconciliarse con el nuevo poder y el núcleo duro de fundamentalistas, saddamistas y ‘terroristas’.

Azuzando el anti-saddamismo la nueva administración puede tener las manos más libres para ir modificando la estructura económica e interna a fin de congraciarse con las corporaciones anglo-americanas.

Al ubicar a Hussein en el banco de los acusados, Allawi y Bush inteligentemente tratan de mutilar la posibilidad que surjan liderazgos alternativos. A chiítas disidentes (como Basr) se les obliga a escoger entre Saddam, masacrador de chiítas, y la nueva amplia alianza gobernante.

El nuevo gobierno está obligado a ser uno de mano dura. Mucho se habla de un nuevo régimen libre y soberano, pero su objetivo es el de poder asestar una mayor represalia contra los partisanos anti-ocupación.

El traspaso fue acelerado pues es mejor ir hacia un régimen autoritario con un ejecutivo nacional antes que con un gobernador foráneo. La presencia del embajador John Negroponte, especializado en Honduras en usar gobiernos nacionales para promover paramilitares, obedece a la idea de utilizar una represión donde las tropas de EEUU no aparezcan de manera tan directa sino cubiertas por funcionarios nativos.

Mientras el nuevo gobierno querrá usar la contradicción contra Saddam para ir hacia una nueva ley marcial, Hussein querrá aprovechar este para convertirse en un imán que atraiga tras de sí a los rebeldes.

Esta polarización ha de poder perjudicar a quienes quisieran encontrar una nueva ruta distinta a la de la fenecida tiranía y a la nueva ocupación.


*Isaac Bigio es analista internacional. Es columnista de Correo, La Opinión y Noticias, los periódicos hispanos de mayor circulación en Perú, EE UU y Reino Unido. Ha obtenido grados y postgrados en historia y política económica en la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres, donde también ha enseñado Gobierno y Administración Pública en América Latina. E-mail: bigio2004@yahoo.com. Web: www.bigio.org

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