L JUEVES 24 el presidente Akayev de Kirguistán abandonó
su cargo en medio de una revuelta popular que acabó apoderándose
de la capital (Bishkek) y del palacio de gobierno. Esta es la tercera ex
república soviética en donde recientemente una rebelión
masiva en protesta contra elecciones fraudulentas ocasiona la caída
del oficialismo.
La sublevación kirguiz se ha dado a pocos días del discurso
de Bush en el cual reivindicaba la ola de transformaciones democráticas
en el cercano oeste. Según los neo-conservadores su victoria en
Iraq había permitido lograr elecciones en ese país así
como previamente alentó revoluciones en Georgia y Ucrania, posibilitó
elecciones renovadoras en Palestina y estaba logrando una apertura en Egipto
y Arabia Saudita.
Estas revoluciones se diferenciaban de las tradicionales inspiradas
en el socialismo. En éstas supuestamente no aparecían ideales
igualitarios, ‘anti-imperialistas’ o a favor de nacionalizar grandes empresas;
los sindicatos no tenían mayor peso y tampoco eran violentas. En
vez de sangrientas insurgencias rojas teníamos un nuevo tipo de
revoluciones de ‘otros colores’ (llamada rosa en Georgia o naranja en Ucrania)
en las cuales la movilización callejera era relativamente pacífica
y no apuntaba a destruir al Estado o al capitalismo sino a abrir las puertas
a una mayor liberalización política y económica. Estas
revoluciones, lejos de pedir ‘yanquis go home’ demandarían
una mayor protección e inversiones de EEUU (‘yanquis come here’).
Tanto en Ucrania como en Georgia (y anteriormente en Serbia) los EEUU
y la UE abiertamente apuntalaron los ‘cambios de régimen’. Los gobernantes
depuestos mantenían una serie de restricciones al mercado y a la
inversión extranjera o tenían una política exterior
crítica o no completamente subordinada a Washington. En los dos
primeros casos la Casa Blanca logró remplazar a presidentes que
mantenían buenos vínculos con Moscú con mandatarios
que apuntan a alejar a sus repúblicas de la antigua órbita
rusa para convertirse en los principales defensores de la diplomacia estadounidense
en sus regiones.
La sublevación kirguiz de Marzo ha mantenido muchos elementos
en común con las que previamente sacudieron a Ucrania y Georgia.
El catalizador fue el rechazo a unas elecciones que el pueblo percibía
como tramposas pero que tras ello se expresaba un repudio a la pobreza
y al nepotismo. Estas 3 revoluciones post-soviéticas no se daban
en dictaduras autocráticas sino en regímenes que mantenían
una transición (inconsistente) hacia la democracia y la economía
liberales.
Algunos medios bautizaban a la insurgencia kirguiz como la revolución
‘amarilla’ o ‘de los tulipanes’ así como previamente habían
saludado la revuelta anti-siria libanesa como la ‘revolución de
los cedros’. Sin embargo, esta sublevación ha ido desembocando en
un punto que ha ido generando temores en muchos de esos mismos medios.
La BBC, por ejemplo, escribía que la revolución de los tulipanes
se tornaba horrible.
El problema es que un levantamiento en Kirguisia no ha estado en la
agenda de Washington y que tanto ésta como Moscú no la han
visto con júbilo. Para EEUU Akayev era el mandatario más
pro-occidental y demo-liberal del Asia Central. En Agosto 1991 Akayev hizo
bloque con Yeltsin contra el golpe del ala dura del Partido Comunista y
luego renunció a dicho partido y declaró la independencia
de Kirgistán. Su país fue el primero de los 15 que provenían
de la URSS en afiliarse a la Organización Mundial del Comercio.
Akayev se preciaba de haber hecho muchas privatizaciones e instaurado una
democracia multipartidaria. Cerca de su capital permitió la instalación
de bases norteamericanas. En el 2000 Bishkek se convirtió en la
sede del ‘Foro de Shangahi’, una coordinadora internacional para luchar
contra el ‘terrorismo islámico’.
El embajador de Kirguizistán en Washington, Baktybek Abdrissaev,
defendió al presidente Akayev, afirmando que el presidente había
sido electo de forma legítima por el pueblo de Kirguizistán,
que la Constitución lo respaldaba y que se le había dado
un golpe orquestado por una oposición respaldada por grupos que
calificó de "criminales" y por otros países. Putin ha defendido
la legalidad de Akayev y le ha ofrecido asilo y protección.
La revuelta kirgiza no ha sido hegemonizada por un caudillo pro-occidental,
se ha tornado violenta y ha sido desbordada por una serie de saqueos y
quema de dependencias públicas.
Por el momento Kurmanbek Bakiyev es el presidente transitorio y las
figuras fuertes tienden a ser Felix Kulov, el ex vicepresidente de Akayev,
y otros exministros.
Todas las potencias están interesadas en estabilizar la zona.
El problema es que Akayev no ha renunciado a la presidencia y anuncia que
volverá (tal vez de la mano de Rusia) y que hay un juego de intereses
en los distintos estados de la zona. La propia insurrección ha sido
más espontánea e imprevisible. Kirguistán ha sido
la república centro-asiática donde el Partido Comunista mantuvo
más fuerza (fue la primera fuerza en el parlamento del 2000 con
el 27% de los votos).
El temor es que el ‘contagio democrático’ puede acabar desestabilizando
los vecinos Kazakistán, Uzbekistán y Tadjikistán.
En todos éstos hay regímenes represivos, fuerte presencia
integrista islámica y en el último ha habido una sangrienta
guerra civil.
La estrategia bushista hubiese requerido que la nueva revolución
‘de colores’ fuera en Bielorrusia (dominada por el anti-occidental Lukashenko)
pero el temor es que la caída de los dominós pueda devenir
en incontrolable y afecte al Asia Central, una región explosiva
por la presencia de gas, droga y fundamentalismo.
*Isaac Bigio es analista internacional. Es columnista de
Correo,
La Opinión y
Noticias, los periódicos hispanos de mayor circulación en Perú, EE UU y Reino Unido. Ha obtenido grados y postgrados en historia y política económica en la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres, donde también ha enseñado Gobierno y Administración Pública en América Latina. E-mail:
bigio2004@yahoo.com. Web:
www.bigio.org