L
CINE de
Fernando León de Aranoa
colecciona multitud de etiquetas, como la habitual
de realismo social o la inapropiada que usan sus
detractores cuando califican sus obras de documentales
de ficción o algo así. Yo siempre
lo he visto como un gran constructor de personajes
y diálogos que, sí, están
muy pegados a la realidad, pero que nunca han
perdido por ello su inteligencia, humor o su capacidad
de conexión con el público.
Los
lunes al sol le valió el despegue definitivo
por la verdad y honestidad de la historia de unos
perdedores unidos en el pozo del paro. Su siguiente
obra, esta
Princesas, llega ahora impelida
por la expectación que sembró aquella
magnífica predecesora.
Pero el resultado, pese a contar con detalles
apreciables y algunas buenas secuencias, dista
mucho de aquel otro que movía a una natural
emoción, sonrisa o empatía hacia
sus personajes y lo que les sucede. A mi juicio,
estas princesas atrapadas en el infernal cuento
de la prostitución no logran conectar
con el público ni su invitación
para que les acompañemos en su viaje
parece convincente. Y todo lo que antes era
original y fresco, ahora se ha vuelto manido
o redundante.
La protagonista, Caye (Candela Peña),
parece estar en un perpetuo limbo divagatorio
que a uno, la verdad, le llega a resultar empalagoso.
Es cierto que, en su boca, León de Aranoa
pone frases llanas plenas de significado contundente.
E incluso, entre alguno de sus continuos pensamientos
en voz alta, rebrotan por momentos los ocurrentes
diálogo de antaño. Pero hay algo
en el conjunto que falla.
La historia de Princesas podría perfectamente
haberse contado en cualquier otro contexto diferente
al de la prostitución, pues el filme
es más el relato de la amistad de dos
mujeres que el testimonio de un mundo tan chungo.
Zulema (Micaela Nevárez), una
bella y escultural prostituta dominicana, se
ganará la amistad de Caye a pesar de
que, al comienzo, ésta ve en ella a una
extranjera rival que puede mermar su clientela.
Otras de las profesionales locales, al igual
que Caye, también miran con recelo a
las exóticas putas extranjeras. El resquemor
hacia la inmigración, por tanto, también
se entreve en un mundo de competencia feroz
a la hora de comerciar con el sexo.
Pero la película es, sobre todo, una
historia de nostalgias. Las de las dos protagonistas.
Zulema se acuerda de su hijo, llora a lágrima
viva cuando oye su voz por el teléfono
de un locutorio, echa de menos los sabores,
los olores y la vida cotidiana de su tierra,
donde su vida, pese a las carencias, discurría
por derroteros muy distintos a los de ahora.
Y Caye vive con la angustia de quien aguarda
a un futuro mejor, distinto, en el que su mayor
alegría sería que la pudieran
recoger a la salida del trabajo. Por eso dice
tener “nostalgia de futuro” y suele
imaginar cómo sería una vida “normal”.
Una de las dos canciones compuestas por Manu
Chao para el film, Cinco razones,
habla precisamente de los motivos que la vida
da para vivir, pero también de los muchos
que da para morir. Caye, cuando piensa en ello,
siempre ve más razones para no querer
seguir viviendo y utiliza sus sueños
de un futuro mejor para escapar del lodazal
de lo real.
De nuevo, Aranoa ha sabido crear personajes
humanos y tangibles dentro de una historia intimista
y pequeña. Deliberadamente, la película
no ambiciona explicar los entresijos de ese
mundo ni las motivaciones de unas u otras mujeres
para estar en él. Y se agradece también
que en la cinta no haya ni moralejas ejemplarizantes
o grandes lecciones de vida. Pero aún
así, el filme no raya a la gran altura
del pasado de su director, lo que no evita que
uno siga confiando en la capacidad de Aranoa
para seguir narrando maravillosamente.
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