OEL
SCHUMACHER quiso exprimir la gallina de los
huevos de oro en la que parecía haberse
convertido Batman tras el éxito cosechado
por
Tim Burton con las dos primeras entregas.
Aquellas cintas, con Michael Keaton como murciélago
y Jack Nicholson (Joker), Danny DeVito y Michelle
Pfeiffer (Pingüino y Catwoman) como antagonistas,
tuvieron una aplaudida acogida. Tanto fue así
que la expectación creada en torno al primer
Batman provocó que fuera toda una
azaña el lograr una entrada para el día
de su estreno. Conocedor profundo de los cómics,
Burton se preocupó por rodear a este oscuro
héroe del habitual estilo gótico
de Ghotam y de crear en torno a él una
cuidada atmósfera. No se limitó,
por tanto, a hacer un filme pivotado únicamente
sobre la aparatosidad de los efectos especiales.
En manos de Schumacher, los dos siguientes Batman
dejaron muy maltrecho el prestigio anteriormente
labrado.
Val Kilmer y
George Cloney
prestaron sus campanilleros nombres para estas
producciones en las que mentecatez y zafiedad
se dieron la mano. También se buscaron
conocidos nombres para los enemigos:
Jim Carrey
(Enigma),
Tommy Lee Jones (Dos Caras),
Arnold Schwarzenegger (Mr. Frío)
y
Uma Thurman (Poison Ivy). Pero el resultado
artístico fue pobrísimo. Probablemente,
a Schumacher le resbalaron bastante las críticas
tras haber cubierto con creces los exigentes objetivos
comerciales.
Pero la saga y su héroe habían
quedado agotados, con muchas dudas acerca del
rendimiento taquillero de otra secuela en un
futuro más o menos inmediato. Hasta que
Christopher Nohlan, director de Memento
y otras cintas de escaso marchamo comercial,
decidió desempolvar al murciélago
tomando como soporte una serie de cómics
recientes de Frank Miller sobre el origen
de Batman. Todas las historias precedentes ya
partían con Bruce Wayne metido en la
piel del murciélago. Se apoyaban en breves
flashbacks para explicar sucintamente
las motivaciones que le condujeron hasta su
rol de justiciero enmascarado. Y siempre, entre
todos esos recuerdos infantiles, se narraba
el traumático asesinato de sus padres
a manos de un ladrón callejero.
Ese doloroso recuerdo también está
presente en esta Batman begins, pero
su guión cuenta más detalles de
cómo Wayne, tras caer en un infierno
personal, decide adiestrarse concienzudamente
para convertirse en un símbolo de justicia.
Incluso se explica por qué eligió
el murciélago como icono identitario
movido por la fobia que, desde la infancia,
siente hacia este oscuro animal. En el papel
de férreo adiestrador, Liam Nesson
hará de Wayne un consumado ninja capaz
de restituir la ley y el orden en la corrupta
y declinante Gotham. Pero el espectador deberá
aguardar una hora de metraje, dedicada a estos
meticulosos prolegómenos, para ver a
Christian Bale embutido en el uniforme
del héroe. Puede que al público
más menudo le fastidie tanta espera,
pero esta narración se echaba de menos
en los Batman anteriores y se agradece su presencia
en esta entrega.
Concluido el adiestramiento, Wayne regresará
a Gotham convencido de que debe salvar a la
ciudad de la espiral de delincuencia y corrupción
en la que está sumida. A diferencia de
Burton, Nolan apuesta por una ambientación
urbana más realista, alejada de la habitual
estética gótica. Y de acuerdo
con esta decisión, el traje del alado
héroe es también más sobrio
y sus artilugios menos inverosímiles.
Por ejemplo, el Batmovil carece de la espectacular
línea deportiva de antaño y se
asemeja ahora a un vehículo militar de
asalto, algo lógico a tenor del trajín
habitual al que se le somete.
Además de cuidar estos detalles, la
producción no escatimó al contratar
a conocidos rostros para los papeles secundarios.
Michael Caine, como acrisolado británico,
encarna con convicción al mayordomo Alfred,
inseparable compañero del alado que,
hasta ahora, había sido interpretado
entrañablemente por el veterano actor
Michael Gough. Morgan Freeman
cumple en el personaje de científico
militar de Industrias Wayne que facilita material
de combate al propietario de la compañía,
quien usa esta faceta, bajo la máscara
del ricachón zafio y despilfarrador,
para encubrir su identidad secreta. Gary
Oldman, eficaz como siempre, borda su papel
de humilde y honesto policía que ejerce
de topo dentro de los podridos engranajes policiales
para apoyar a Batman en su lucha contra el crimen.
El ya citado Liam Nesson tiene un papel largo
aunque su presencia es testimonial, y Katie
Holmes vuelve a demostrar que su talento
no va más allá de la dulce adolescente
a la que dio vida en su iniciática serie
Dawson crece. Seguramente, dará
más que hablar por su pasteloso noviazgo
con Tom Cruise.
Y Christian Bale, tras los vaivenes por los
que su personaje ha pasado en los filmes previos,
eleva la categoría de Batman y lo hace
más creíble al dotarlo de sentimientos
humanos como vulnerabilidad o miedo. Sin su
contribución, esta cinta no habría
colmado tantas expectativas y levantado el vuelo
de este héroe-franquicia usado para ramplones
engendros comerciales en los últimos
años.
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