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El anteojo
Viernes, 14 de febrero de 2003
El circo de las miserias humanas

Matías
Cobo
matias.cobo@lobaton.com
S DIFÍCIL saber si es el público quién la demanda o el medio quien la ofrece consciente de que dando bazofia se asegura el éxito cuantitativo, que no cualitativo. Se asemeja a la manida cuestión de qué fue primero: ¿el huevo o la gallina?. La mal llamada prensa del corazón, que bien se podría definir como circo de las miserias humanas, no tiene dudas al respecto. Justifica su razón de ser en el “si el público lo pide, habrá que dárselo”. Pero, en realidad, su existencia está motivada porque su producto es sencillo y barato y, encima, genera una fuente inagotable de dinero. Vamos: la gallina mediática de los huevos de oro. No es muy complicado montar una charla basada en el vil raje y en el cotilleo más arcaico y pueblerino. Al contrario. Tampoco lo es poner de vuelta y media a los “famosos”, quienes carecen a su vez de los más mínimos sentidos del la dignidad y el ridículo. De hecho, hablar de dignidad en este circo es absurdo: lo sustancial es que se pueda proseguir incrementando los ingresos de cada parte en el próximo “show” de la mediocridad. Ética o moral no son sólo palabras ajenas a este mundo. Son términos ajados, cuyo sentido es voluble y se deforma según le baile a cada uno en la película. El concepto de verdad sale, incluso, peor parado. Todo es una mascarada en la que todos dicen poseer la verdad y todos, por supuesto, faltan gravemente a ella. Entonces, tras ver desde fuera este contubernio escatológico, uno se puede preguntar por cuál es el sentido del mismo. ¿Información? Los autodenominados periodistas de este cutrerío dicen ofrecerla, pero tal afirmación no puede más que mover a una hiperbólica carcajada de quien conserve un mínimo de sensatez. En todo caso, la única utilidad de todo este circo no es otra que la de un zafio entretenimiento.

Y entretener no es malo. A veces, la gente necesita de una distracción que le evada de las preocupaciones cotidianas. Lo que ocurre es que este entretenimiento es manido, penoso y falaz. Manido porque repite hasta la saciedad los mismos personajes, los mismos entrevistadores que viven de aquéllos, los mismos montajes y los mismos insultos y gritos en la mayoría de los programas de casi todas las cadenas. Penoso porque se venden aspectos de la vida privada como quien vende palomitas. Casi todos los personajes convierten su vida en una mercancía de compraventa con la que se frivoliza y juega a cambio de unos miserables euros. Todo está en venta. No hay problema alguno en inventarse una relación, vender una ruptura o crear un nuevo amorío para después vender el nacimiento y muerte de éste. ¿Qué más da cuando se ha dado el paso de tirar la propia vida al váter y luego, uno mismo, tirar de la cadena? Y este entretenimiento es falaz porque, en general, siempre viene revestido de una verosimilitud que, como es evidente, nadie que esté en su sano juicio podría creerse.

Entiendo que un medio de comunicación decida dar cabida a este entramado o, simplemente, vivir de él. La publicidad, que es lo que hace rentable a un medio, se genera a partir de buenos índices de audiencia. Y ofrecer este cutre entretenimiento, al parecer, es hoy apostar sobre seguro para lograr batir a los rivales en el audímetro. Sin embargo, si se decidiese optar unánimemente por la calidad, pese a que ésta no ofrezca un éxito inmediato, a la larga se podrían recoger los frutos de una siembra arriesgada y mucho más digna. Puede que esta idea sea utópica o incluso irrealizable, pero hay que aplaudir los pocos intentos que se hacen en este sentido. Y aunque pocos, sí hay algunos. Frente a la misma mierda de siempre se puede hacer entretenimiento de calidad. Se hace, de hecho. Frente a programas de encefalograma plano aún se pueden ver espacios en los que disfrutar no esté reñido con el pensar o el aprender. Frente a la basura televisiva siempre hay refugios alternativos: cine, teatro, lectura... Si todos agachamos la cabeza y proseguimos comiendo del pienso del corazón, entonces seguiremos sirviendo de trampolín para que esta mierda continúe salpicando a las pantallas, la prensa o la radio. Y aunque todos nos quejemos de cuán lamentable es este circo, mientras no nos neguemos a seguir tragando, no dejaremos de ser los peones que montamos la carpa en la que los payasos de siempre puedan ser domados por los mismos de siempre.


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