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El anteojo
Viernes, 21 de febrero de 2003
Libertad de expresión, sí; tolerar el totalitarismo, no

Matías
Cobo
matias.cobo@lobaton.com
L NACIONALISMO se apoya en la cultura —en su manipulación, más concretamente— para hacer valer su concepción política, generalmente excluyente y empobrecedora. Así, el nacionalismo vasco es un ejemplo de cómo, a través del manejo de los elementos culturales en favor propio, se pueden extender las ideas políticas y, por ende, desechar las de los demás. La apresurada y lamentable reacción del Gobierno vasco al cierre de “Egunkaria” evidencia el temor del PNV a perder un fiel servidor en la tarea apuntada. Se ha puesto el grito en el cielo porque, además, este diario se publica en vasco. No es éste un dato baladí. El euskera es uno de esos elementos culturales que la formación jetzale más ha usado con el fin de afianzar su cultura independista. Por ejemplo, el Gobierno vasco impone a sus funcionarios, especialmente a los educadores, aprender este idioma si quieren conservar sus puestos.

Las ideas no asesinan y, por este motivo, la pluralidad nunca debe ser enemiga de una democracia. Al revés. Pero, en este caso, y según los argumentos aducidos por la Audiencia Nacional, el cierre de “Egunkaria” se basa en la conexión existente entre este diario y el entramado de ETA, el cual aportaba dinero para el periódico y elegía a sus cargos directivos. A cambio de esta financiación, “Egunkaria” ofrecía una absoluta parcialidad en aras a justificar las acciones de la banda terrorista. También servía de cauce de financiación de la banda terrorista, como también se esgrime en el informe de Del Olmo, juez que ha ordenador el cierre del diario. Si partimos de estas circunstancias, cambia radicalmente el presupuesto de que la libertad de expresión es sagrada y, por ello, susceptible de ser respetada en todos los casos. No obstante, las pruebas aportadas por el juez deben ser de peso y fundamentadas en un comportamiento delictivo del diario que sea real. Si no, entonces sí se habrá lesionado gravemente la libertad de expresión. Confiemos en que la actuación de la justicia se haya basado en criterios estrictamente legales.

Ni es malo ni censurable que un diario defienda, en su línea editorial, la independencia política del País Vasco. Otra cosa es que ese diario actúe a las órdenes de una banda de asesinos y, por tanto, tratando de favorecer a éstos. La independencia periodística pasa por contar con un amplio número de lectores con los que lograr una importante cartera de anunciantes, algo básico, a la postre, para la pervivencia económica de un medio. “Egunkaria” apenas alcanzaba los 15.000 ejemplares de tirada y, además del aporte financiero de los terroristas, contaba con algunos anuncios de la Administración vasca. Es evidente que, sin estas ayudas, “Egunkaria” no podría pervivir. Así, como contrapartida a su pervivencia, Egunkaria se ofrece como vasallo propagandista del hampa criminal de ETA.

Con el cierre de de este diario no se coarta la libertad de expresión. Se hace cumplir la ley, que prioriza siempre la defensa del derecho a la vida frente a este otro derecho básico. En los regímenes totalitarios había medios de comunicación dirigidos por dictadores que hacían de ellos su altavoz y órgano de manipulación de la opinión pública. El totalitarismo abertzale de Batasuna usaba este medio para deformar la opinión de los vascos, para hacerles creer que, cuando no se cuenta con el apoyo popular suficiente para lograr un fin (la independencia), está justificado el uso de la muerte y la extorsión para conquistar éste.

Encubrido bajo el nombre de “Egunero”, el diario clausurado ha salido hoy a la calle. Con el titular de “Cerrado, pero no callado”, el sustituto de “Egunkaria” ha logrado hoy vender los 50.000 ejemplares de su tirada. Esta burla a la justicia se debería evitar con las reformas legislativas pertinentes, pues, ¿de qué sirve cerrar un medio filoterrorista si éste, al día siguiente, vuelve a salir con otro nombre?

“Egunero” dice que “no les han callado”, pero quienes hacen este periódico deberían —si se sienten auténticos periodistas— optar por el silencio voluntario. Ellos se hacen pasar por informadores, pero, dada su vinculación con los asesinos, no son más que propagandistas de éstos. ¿Merece la pena vivir de la justificación de la muerte y la coacción?


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