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El anteojo
Jueves, 12 de junio de 2003
Políticos en estado puro

Matías
Cobo
matias.cobo@lobaton.com
O DE la Asamblea de Madrid no es más que la constatación de un hecho inalterable al paso de los tiempos: la ineluctable vileza de los políticos. Como aquellos famosos neumáticos tan resistentes, llueva o truene, nieve o haga el calor más insoportable, ellos siguen igualitos, ajenos a la dignidad, el respeto o la honestidad. Por eso no entiendo que nos sorprenda a todos, tan acostumbrados a pensar mal “para acertar”, lo acaecido con los diputados socialistas. Sin estar claras aún las razones por las que esta extraña “pareja” le ha jugado semejante putada a Simancas y Zapatero, Tamayo y Sáez han entrado en tropel en la actualidad informativa en un tiempo, por cierto, en el que ya empezaba a escasear comidilla política, con las elecciones del 25-M ya acabadas. ¿Será un ansia de protagonismo, una compraventa no confesable por parte de la tribu pepera o algún que otro turbio interés económico oculto? Da igual: tratándose de políticos, el viejo axioma usado por estos lares de “si piensas mal…”, suele ser de constante cumplimiento. El camelo de las cuestiones ideológicas, al que algunos tratan de dar cierta verosimilitud “porque la ‘pareja’ no quería mancharse de rojerío”, es tan insostenible como el famoso argumento de las armas de destrucción masiva en Irak. ¿Dónde están? ¿Quizá con Curro? Seguro que Aznar intenta convencernos ahora de que él nunca dijo que tuviera certeza alguna sobre la existencia de tales artilugios.

Si tanta pestilencia les desprendía la proximidad de la trouppe madrileña de Llamazares, pues que lo hubiesen dicho antes de las elecciones o después de ellas en el seno de su partido, pero no de este modo: a traición. En cualquier caso, mientras los de la gaviota rentabilizan el lío del corral ajeno, las gallinas enzarzadas en sus diatribas internas ya culpan a aquéllos de tamaño desbarajuste. Cosa que, aunque no probada aún con hechos, podría ser factible. Ya lo decíamos antes: encontrar honestidad entre los políticos es tan extraño como hallar un mínimo atisbo de altruismo en una aseguradora.

Algo meridiano que se desprende de todo este embrollo es la pantomima que es la democracia. Los votantes de Madrid deben pensar ahora que su sufragio es una especie de cromo que los electos intercambian, finalizado el período plebiscitario, para ganar tal o cual sillón. Cosas por el estilo deben escucharse en sus sesudas charlas: “Te doy Educación si tú me das Hacienda, ¿vale?” Por tanto, eso de la soberanía popular suena, cada día más, a un mal chiste contado por un graciosillo sin gracia.

La misma sensación, la de ser engañados, se le quedó a gran parte de los españoles con la postura de nuestro país en la guerra de Irak. Si un pueblo, de forma mayoritaria, sale a la calle y deplora que se masacre a los iraquíes sin razón alguna, ¿cómo se entiende que el Gobierno que debe servir la voluntad de ese pueblo se ponga unas amorales orejeras? Ahí, en este preciso caso, no sólo no era deplorable, sino exigible y saludable, que los diputados populares contrarios a la ilegal guerra —que los había— hubiesen roto la unidad del partido. Pero sería de ilusos el esperar que un diputado de un partido, atado y bien atado bajo el férreo mando aznarí, le tosiera al presidentísimo. Sólo López-Medel, en una actitud tibia, mostró discrepancias públicas en este asunto, aunque luego se adscribió al pescozón de la disciplina de voto. Y es que la partitocracia, otro mal endémico que atosiga rampantemente a la democracia, se ha convertido en el pan nuestro de cada día de la política. Quienes justificaban los delirios de grandeza de Aznar, pese a autonombrarse como los primeros pacifistas, ahora sacan el ejemplo de aquella “unidad” exhibida por la derecha española. Vaya, ¡qué gran partido! Si Aznar se tira por un despeñadero, todos los peperos, uniditos, detrás de él. ¡Qué gran ejemplo! Sí, ejemplo, sí, pero de estupidez y amoralidad supinas. La autonomía y el tomar decisiones propias parecen estar vedados cuando uno se hace el carné del PP.

Lo del PSOE es una papeleta de difícil solución. Ellos, que se jactaban de lograr la Comunidad mientras camuflaban que este logro se debió a un puñado de votos de IU, ahora padecen el habitual comportamiento corrupto de la clase política. Es decir, han recibido su propia medicina. La sonrisa del alegre Zapatero que portaba las pancartas antibélicas y antichapapote se ha tornado en la más larga de las caras. Sus altavoces ya se han encargado de vilipendiar a los “traidores”. Éstos ya no podrán salir a la calle sin que el dedo acusador de la moldeada opinión pública les señale. La caza de estiércol en las vidas de Tamayo y Sáez no ha hecho más que abrirse. Sin embargo, lo que Zapatero sí debe cerrar es esta patética situación. No ya por el bien de su partido, algo que se sólo le importa a él y a sus correligionarios, sino por el de la limpieza democrática, algo que se le debe a los votantes. Unas nuevas elecciones quizá serían la mejor manera de tirar de la cadena del váter en la Comunidad de Madrid.


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