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El anteojo
Jueves, 5 de febrero de 2004
Hedor electoral

Matías
Cobo
matias.cobo@lobaton.com
Los políticos, profesionales sobrados en el uso de la falsa promesa y del vilipendio hacia el rival, nos ofrecerán a los votantes un patético catálogo de acusaciones recíprocas y elemental autocomplacencia
OS POLÍTICOS ya se han puesto el mono de trabajo, ya han entrado en su particular campaña de recolección. Pero su tajo es muy diferente al del aceitunero o el fresero, puesto que su tarea es fangosa e innoble: es lo comporta el descenso al barro de las elecciones. Las malas artes y el medraje son habilidades que deberán agudizar en las semanas previas al gran circo de las urnas. Y ellos, profesionales sobrados en el uso de la falsa promesa y del vilipendio hacia el rival, nos ofrecerán a los votantes un patético catálogo de acusaciones recíprocas y elemental autocomplacencia. Las ideas, las propuestas políticas y el programa son subterfugios que usarán unos y otros para edulcorar lo que no es más que una pelea barriobajera por el poder.

Los lobos han dado con una suculenta carnaza por la que pelear gracias al dislate de Carod Rovira. El líder de Esquerra, quizá imbuido por un falso halo de gran estadista al acudir a su cita con los asesinos en calidad de president de la Generalitat en funciones y conseller en cap, metió la pata hasta la trancas. Él dice que fue a la tertulia a título personal y en defensa de la paz, pero tanta ingenuidad resulta poco creíble. Porque si fue a título personal, ¿de qué hablo con dos terroristas? No creo que fuese a departir del tiempo o a jugar al mus. ¿Fue a negociar entonces? En este caso, el señor Rovira, como tal, desvinculado de su puesto de representación institucional, creo que pintaba poco en esa charla pro paz. Me temo, por tanto, que el amigo Carod fue recibido por los terroristas porque era conseller de la Generalitat. Si partimos de esta lógica conclusión, la reunión debió tener más tintes de negociación que de charla tabernaria. ¿Y qué se negocio? El diario ABC, que fue el que levantó la liebre, informó de que, en la negociación, Rovira pactó con los terroristas “hacer pública una declaración en la que abogaría por el derecho de autodeterminación de los pueblos del Estado”, a cambio de que ETA dejara de cometer atentados en Cataluña. Si esto fuera cierto, se ve que el pacifismo de Rovira es un poco egoísta. “Mientras no nos jodáis a nosotros, haced lo que os plazca”, parece ser la consigna del líder catalán.

El PP, con Rajoy como nueva punta de lanza, dirigió toda su artillería contra Zapatero, Maragall y el pacto de gobernabilidad con Esquerra que ha permitido al último sentarse en el sillón de la Generalitat. Los del PSOE, patidifusos ante el regalito que les dejaba Carod en plena etapa electoral, tardaron en reaccionar pero lo hicieron: Zapatero pidió la cabeza de Rovira y Maragall, obligado ante tanta presión, le pidió la dimisión a su fugaz compañero de viaje. Rovira reconoció su error, dejó el puesto de conseller y aventuró su posible candidatura a las generales como cabeza de lista de su partido. El líder de Esquerra también aprovechó la coyuntura y se autopresentó como el redentor ajusticiado por las hordas centralistas y ultramontanas. Pero ahí no quedaría el cruce de dardos. Tras la sorpresa inicial, el PSOE contestó al Gobierno y al PP: si los servicios secretos conocían la existencia y el contenido de esa entrevista, ¿cómo es posible que no intervinieran para detener a los altos cargos de la cúpula etarra partícipes en ella? Ésa es una pregunta que aún no ha obtenido respuesta. Pero Zapatero fue más lejos y acusó al Gobierno de hacer un uso partidista del CNI. Llamazares, siempre en su papel de palmero protestón, vino a decir lo mismo. Pero si no hubo filtración gubernamental, ¿cómo es posible que ABC informase del encuentro entre Rovira y ETA e, incluso, del contenido de la entrevista? Según El País, dentro de la agencia de espionaje español existía malestar porque la publicación de la información sobre sus actividades pudo poner en peligro a sus hombres. El Gobierno, ahora acosado, echa balones fuera e intenta redirigir el debate hacia el error de Carod y vuelve a exigir el cese del pacto PSC-ERC.

No obstante, la principal conclusión que se extrae de este debate es la constante lectura en clave electoralista que los políticos hacen de todo lo que les concierne a ellos. Ahora, a un mes de unos comicios, esa tendencia se polariza, la clase política afila sus colmillos y no duda en despellejar al rival si eso le sirve para rebañar votos. Las discusiones en torno a los verdaderos asuntos de interés para el ciudadano –empleo, vivienda, bienestar social, pensiones, educación, seguridad o sanidad– se eluden y se pasa por ellos de puntillas. No se trata de convencer con buenas propuestas, sino de presentar al rival como un estúpido y/o un sinvergüenza. Así, el electorado no elige la mejor opción, sino que da su voto a la menos mala.

De esta guisa, la campaña de las generales y andaluzas de 2004 ya desprende el tufillo habitual de lo cocinado por los políticos. Además del error de Carod, han pululado más asuntos en el ambiente. Por ejemplo, la impresentable campaña de autopromoción gubernamental a cuenta de las arcas públicas. El Gobierno destina dinerillo extra de los contribuyentes para convencerles de lo bien que les va a los autónomos y del imparable crecimiento de las pensiones, entre otras buenas acciones de este perfectísimo e infalible Ejecutivo. Pero en ese país de las maravillas en el que al parecer vivimos se silencia la precariedad laboral, se miente a los ciudadanos (“Aznar nunca afirmó que existieran armas de destrucción masiva en Irak”, dicen ahora desde el Gobierno) y se usa la mayoría absoluta para soslayar el debate público que resulte incómodo a los intereses del partido gubernamental. Finalmente, la Junta Electoral Central puso fin a ese penoso narcisismo del PP tras los recursos presentados por PSOE e IU.

Más recientes son los escándalos protagonizados por dos políticos populares en ayuntamientos de localidades pequeñas. En Galicia, el cacique (alcalde) del consistorio de Toques abusa sexualmente de una menor, lo echan de su partido y él dice que de allí no le mueve ni Dios. El caso no debería ser reprochable electoralmente si no fuera porque el caduco y trasnochado de Fraga calificó el asunto de “menudencia”. Este hombre haría un último gran servicio a su partido y a la vida pública española si se retirara. Aunque, por cierto, de vergonzosas manifestaciones también sabe el otro gallego del PP, el sustituto Rajoy, quien habló de unos hilillos cuando intentaba explicar la catástrofe natural del Pretige. Otro edil pepero, ahora en Orihuela, abusa de una trabajadora de los servicios de limpieza, le dan también la patada, dice que se va pero luego vuelve para desmentir a sus calumniadores. ¿Sorprendente, verdad? Estos casos no son achacables al Ejecutivo central ni a los cabezas de lista de las generales del PP, puesto que puede haber depravados en cualquier lado y eso es difícil de controlar, pero estos turbios asuntos también se utilizan en el intercambio de ‘piropos’ entre populares y socialistas.

Y entre acusaciones, vacuas discusiones y constantes reproches se llegará al 14 de marzo y al ciudadano, como es lógico, le asaltarán un sinnúmero de dudas. Por ejemplo, un votante podría plantearse: “Puedo votar al PSOE u a otra opción y, de este modo, castigar al PP por meter al país en una guerra ilegal justificada por una sarta de mentiras”. O también: “El voto a otra opción que no sea la del partido gobernante podría traer un cambio de timón quizá necesario, ya que la perpetuación en el Gobierno de una fuerza política suele degenerar en corrupción y abuso de poder”. Del mismo modo, otra duda que puede asaltar a los votantes es: “¿Las actuales disensiones internas del PSOE podrían sobredimensionarse y trasladarse a la gestión del país si el aún inconsistente Zapatero alcanza la presidencia del Gobierno?” Todas estas indecisiones y algunas otras se acrecientan ante este panorama diluido actualmente en cortinas de humo como la de Carod. Tampoco la lectura pormenorizada de todos y cada uno de los programas electorales aseguraría una elección fundada, pues es de dominio público que estos programas son pergeñados más para seducir que para vertebrar un proyecto de gobierno real. ¿Qué hacer entonces? Lo que decíamos: tener instinto y votar lo que sea menos malo para el país. Es triste, pero los políticos no nos dejan otra opción entre tanto hedor electoral.


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