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El anteojo
Miércoles, 2 de junio de 2004
Acosar al acoso

Matías
Cobo
matiascobo@lycos.es
Cuando se justifica al culpable y se duda de la inocencia de la víctima es evidente que algo falla. Es aquí donde emerge a la superficie el enquistado engranaje social que contempla impasible estas vejaciones cruelmente silenciadas.
STÁN ENTRE nosotros. Ni son excepciones a la norma ni raras especies con las que apenas creemos toparnos. Nuestro jefe, el vecino, el religioso de intachable reputación, el padre ejemplar, entre otros muchos perfiles, pueden formar parte de la despreciable estirpe de los abusadores sexuales. En general, muchos de estos sujetos camuflan sus acosos con eficacia y artera maldad. Se las ingenian para que sus fechorías sean cosa de dos: la víctima y el abusador. Pero incluso, llegado el caso de que sean descubiertos, muchos de estos depravados logran redirigir la censura de la opinión pública hacia la víctima. Es aquí donde emerge a la superficie el enquistado engranaje social que contempla impasible estas vejaciones cruelmente silenciadas. Porque casi siempre hay un familiar o un compañero que asiste al dolor mudo de la víctima y, por cobardía u otras repulsivas razones, no auxilia a ésta con la denuncia de los hechos que contempla.

El País Semanal publicó hace algunos meses un reportaje de Juan José Millás y el primer capítulo del nuevo libro de este escritor que cuenta el acoso sufrido por Nevenka Fernández en el Ayuntamiento de Ponferrada. Esta chica padeció el acoso del alcalde de esta localidad hasta que consiguió reunir las suficientes fuerzas como para llevar su caso ante los tribunales. Al poco tiempo, muchos ciudadanos cuestionaban la veracidad de lo que contaba esta pobre chica. Juicios ligeros del tipo “algo habrá hecho ella” o “algún beneficio habrá conseguido” se vertían mientras el sinvergüenza era exculpado. Ana Botella dijo en aquel entonces que la actitud de su compañero de partido, el abusador, había sido “impecable”. ¿Dónde estaban las palabras de solidaridad para una chica hundida por su trágica experiencia? Sus compañeros de trabajo en el consistorio también le negaron su ayuda. Una vez que denunció los hechos, la miraban mal y le ponían zancadillas para entorpecer su trabajo. La indecencia de sus compañeros llegó hasta el punto de firmar un escrito en apoyo a Ismael Álvarez, el acosador. Finalmente, el juez falló de forma favorable hacia Nevenka, quien empezaba a ver luz al final del túnel. Sin embargo, y a pesar de habérsele restituido su honor, cualquier fútil argumento era usado para cuestionar la inocencia de la víctima: que si vestía muy provocativa, que si pagó el precio por haberse aprovechado de su físico… La lenguaraz opinión pública justificaba al acosador, a quien se le suponía una impecable reputación en su entorno, mientras la indefensa joven seguía en entredicho y sin recibir el apoyo que necesitaba para superar aquel difícil trance.

Hace ya varios meses, en la localidad gallega de Toques, su alcalde protagonizó otro lacerante caso de abuso sexual. En esta ocasión, la víctima era una menor de edad, lo que añadía un plus de indefensión para ésta. De nuevo, al principio, nadie daba crédito a lo ocurrido. Al abusador, Jesús Ares, lo echaron de su partido, pero él se negó a abandonar el cargo de alcalde. Y ahí sigue, ya que la camarilla de concejales del PP de este consistorio ha mostrado una férrea y vergonzosa lealtad hacia Ares. En cualquier caso, resulta incomprensible que no exista ningún tipo de mecanismo legal por el que se pueda obligar a alguien de tan abominable comportamiento a abandonar su cargo de representación institucional. Tampoco es muy normal que el caduco de Fraga, líder del partido en Galicia, considerara el escándalo una “menudencia”. ¿Nadie pensaba en el estado emocional en el que quedó esa menor? ¿Por qué no se emplean contundentes medidas legales contra la lacra de los abusadores?

En Orihuela (Alicante), otro edil del PP fue acusado de acoso sexual por una empleada de la limpieza del consistorio. Anunció que iba a dimitir, aunque luego se desdijo y se pasó al grupo mixto para “demostrar unas calumnias”. Otra vez, el abusador niega toda culpa y se mantiene en su puesto de concejal. A la luz de casos como éstos, en los que no se han tomado medidas ejemplificadoras, cabe preguntarse si no se habrá instalado una cierta tibieza social frente al abuso sexual.

Y cuando se justifica al culpable y se duda de la inocencia de la víctima es evidente que algo falla. En apariencia, nuestra sociedad ha evolucionado hacia una mayor igualdad entre sexos, pero aún permanecen ciertas ideas heredadas de un bochornoso pasado machista. El sometimiento de la mujer hacia la autoridad masculina, sea en el entorno familiar o laboral, persiste con gran intensidad. Y en cierto modo, la semilla de este fenómeno radica en un conservadurismo alimentado por el talante religioso vigente aún en algunos españoles anquilosados. La imagen de la mujer condenada por razón de su sexo a criar los hijos y servir al marido vive en la mente de estos acosadores. Porque, pese a su pose proigualitaria, ellos no se creen lo de la igualdad de sexos y, por ende, lo de la equidad de oportunidades entre ambos. Cuando las mujeres llegan a su territorio, ellos las ven como seres inferiores, menos capacitadas para funciones importantes y, por tanto, susceptibles de ser relegadas a tareas más “propias” de ellas. De ahí a dar el siguiente paso, el abusar de las subordinadas en el entorno laboral, sólo hay una delgada línea de distancia que muchos jerifaltes franquean.

Y muchas de las jóvenes que se topan con estos indeseables se encuentra ante una difícil tesitura. En un mercado de trabajo netamente competitivo y en el que a ellas, por su condición de mujer, les resulta más difícil el encontrar acomodo laboral, la mujer se encuentra ante una elección conflictiva: salvaguardar su dignidad por encima de todo y marcharse, dejarse llevar para mantener su trabajo o aprovechar la ocasión para alcanzar ciertas prebendas. La primera elección quizá sea la más habitual, la que tomen la mayoría de las víctimas cuando reúnen el valor necesario, pero la duda queda instalada en aquellas otras que se hallen ante imperiosas obligaciones de manutención propia y familiar. También hay quienes optan de manera voluntaria por la vía de la prostitución laboral para satisfacer unas ambiciones desmedidas. Aunque, a mi juicio, éstas quizá sean embrionarias de un pernicioso efecto bumerán: la belleza física, tarde o temprano, se marchita. No obstante, se tome un camino u otro, es evidente que las ideas preconcebidas de estas jóvenes que acceden a su primeros puestos de trabajo se dan de bruces con una ingrata y cruda realidad. Habrán perdido, así, la ingenuidad de quien está al principio de su andadura profesional.

El reptante procedimiento de los acosadores, en muchos casos, es poco perceptible para la víctima en sus primeras manifestaciones. Tímidas insinuaciones, invitaciones en apariencia inocentes o calculados contactos físicos son los prolegómenos de lo que será el posterior acoso sin cuartel. Ese baboseo, cuando la víctima empieza a mostrar síntomas de rechazo, sube a otro nivel en el que el acosador redobla la presión a través del abuso de poder. La víctima, a pesar de la repulsión que pueda manifestar, se suele encontrar muy desorientada. No es fácil encarar una situación de ese tipo cuando se carece del aplomo que aporta la vivencia de experiencias previas de similar pelaje. ¿Qué hacer? ¿Cómo reaccionar? ¿A quién acudir? Son preguntas que se agolpan en la mente de la víctima en esos momentos. El sentido común incita a la denuncia, mientras que el miedo apela al instinto de supervivencia y, por tanto, a continuar tragando. Justo en ese difícil trance es cuando se necesita del apoyo de los demás. Pero, por desgracia, si en torno a la víctima abundan más los pelotas acongojados por el déspota acosador que las personas honestas, la callada por respuesta será lo único a lo que se pueda agarrar la acosada.

Erradicar estos comportamientos es prácticamente imposible en el caso de los sujetos que han hecho de ellos una práctica común. Esa maldad ha adquirido categoría de quiste en estos acosadores. Sin embargo, una educación especialmente orientada hacia la igualdad y el respeto de las personas de sexo contrario sí que puede servir para evitar que, en el futuro, continúen proliferando estos hábitos cavernarios. Apoyo todos los esfuerzos que se hagan en este sentido. Así, podré asirme a la esperanza de que, pese a todo, la humanidad puede que continúe evolucionando un poco más.


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