Iñigo Galparsoro La Real Sociedad se quiere adentrar en el siglo XXI como uno de los grandes (por presupuesto lo es), pero le falta una sólida estrategia deportiva"

ENÍA AVALADO por la brillante liga que logró con el Nantes. Llegaba a San Sebastián con la vitola de ser un entrenador de cantera, ya que se decía que había sido el gran descubridor de jóvenes talentos. Y los hechos demostraban que, efectivamente, para él el buen fútbol era paso previo e indispensable para conseguir victorias sobre el terreno de juego. Un discurso totalmente consolidado que hacía de él un entrenador de garantías para la Real Sociedad, un conjunto que la pasada temporada había vuelto a jugar con la delgada línea del descenso.

Pues bien. Denoueix llegó, vio y venció. El juego que pretendía, rápido, por banda, de toque, se plasmó en el terreno de juego y de ahí salió una gran Real que recordó a aquella ya tan lejana de Arconada, Zamora y Ufarte que tantas alegrías dio a su afición tras lograr dos ligas. Y no era para menos: Nihat se erigió en la gran sensación de la liga, Alonso daba muestras de su gran categoría y Rekarte se aupó como uno de los mejores laterales de la liga. Sí, esta Real mereció ganar la liga, por juego, por espectáculo. Por fidelidad al fútbol. Pero finalmente se tuvo que conformar con el subcampeonato. Se cumplió la máxima de Boskov. Fútbol es fútbol.

Los puntos le dieron la razón a una apuesta valiente, a un método que dio sus frutos, pero del que se taparon sus defectos. Que los había. Y bastantes. Pero por entonces nada importaba, porque el equipo ganaba a pesar de no merecerlo. En cualquier campo y en cualquier momento.

Este año la cosa ha cambiado. Y las virtudes se han convertido en defectos. Denoueix no sabe leer los partidos, porque sólo cambia a partir del minuto treinta de la segunda parte, y además lo hace mal. Denoueix no hace las alineaciones, no da explicaciones y, lo peor de todo, no reconoce los fallos del equipo. Por supuesto, en momentos de crisis la cantera no existe. Ésa que depara perlas como Oskitz, Garrido, Prieto, Larrea, Bergara, Zubiaurre o Riesgo. No lo hizo el pasado año cuando ganaba y no lo ha hecho hasta el momento en una liga que da sus últimos coletazos y en la que el equipo lucha por no bajar.

Con todo esto, lo único que hay ahora en San Sebastián es un equipo roto, muy cuestionado y muy revuelto con la no renovación de De Pedro. Sí, ése que en la temporada del subcampeonato fue el mejor asistente de la liga. Ése que hizo que Kovacevic pasara de la veintena de goles la pasada temporada. Agua pasada para la directiva. Una junta que dice apostar por un proyecto de jóvenes valores de la provincia, Zubieta XXI, pero que busca en Lee (decían que el recambio del ¿mejor Nihat?), Romero (sancionado por dar positivo en un dopaje) y Rivas (joven colombiano con mucha proyección) una auténtica cantera de ámbito internacional. Ya saben, una cantera tipo Ajax.

Por si fuera poco, el 2 de febrero pasado presentaron el nuevo proyecto de Gipuzkoarena, una iniciativa totalmente lucrativa que pretendía acercar el buen fútbol de esta temporada a la fiel hinchada. Un paso a la modernidad que incluía cuatro grandes torres que se ocuparían con servicios a terceros. Ya saben, todo por la comodidad del aficionado: hoteles, oficinas, etc. Y todo, por supuesto, con parte de financiación pública.

Demasiado para el cuerpo. Son muchos interrogantes para tan pocas soluciones. Los aficionados han dicho basta y están comenzando a perder la ilusión por un equipo que no concede el favor mágico, personal y sentimental del fútbol. Quizá éste sea el gran reto de un equipo que se quiere adentrar en el siglo XXI como uno de los grandes (por presupuesto lo es), pero al que le falta una sólida estrategia deportiva. La asignatura pendiente.