Sábado, 3 de julio de 2004

COLABORACIONES
El optimismo
por JOSÉ REPISO MOYANO*

El optimismo es de por sí emocional y, puesto que es emocional, depende de cada persona y, además, depende de las "incontables" situaciones que esa persona en concreto vive. Al hilo, a cada situación le corresponde un modo de optimismo -el del carácter biológico-social de esa persona- y una cantidad de optimismo: más, mucho más, menos y mucho menos por ejemplo -esto es, se trata de niveles-. Y cuando el optimismo se encuentra en menos de lo habitual en esa persona, pues es pesimismo -medido en función a una realidad en concreto, por/ante esa persona-.

El pesimismo es una confrontación a lo que ya hay de optimismo, a lo que ya ha habido de optimismo; al igual que el fracaso es una confrontación a lo que ya ha habido de éxito. Cuando se supera una intención frustrada y obtiene logros de intención en otra situación, pues es un éxito más, un logro personal. Todo esto llevado, claro, a que cada situación produce un resultado.

Trasladado al contexto social, el pesimismo -con sus niveles cuantitativos- es una carencia no del optimismo, sino del optimismo intermedio que una cultura o un pueblo ostenta. Al igual, así, el nerviosismo con respecto a la tranquilidad de un grupo social (estará siempre más nerviosa/o la madre o el hermano que sufre situaciones tensas frente al mimado "que le sigue" teniéndolo todo hecho o, bien, que su hermano o su madre le evitó que pasara exactamente por lo mismo que él o ella). ¡Ah!, pero ninguna persona carece o puede prescindir de esas cualidades, por eso son valores absolutos en el contexto general -individual y social- del ser humano, lo mismo que la energía es absoluta en el contexto del espacio o la reproducción ovípara en el contexto de los reptiles.

Más claro aún: el optimismo es absolutamente absoluto porque un elemento es absolutamente imprescindible a la cosa-realidad de la que se está considerando si realmente es uno de los elementos inherentes o esenciales que lo conforman. Más claro aún: para que exista agua primero tiene que existir oxígeno o hidrógeno. Más claro aún: para que un ser humano piense primero tiene que tener cabeza y, luego, lo que que quiera añadir, paja, conocimientos, etc.

Y eso es así con perspectivas o sin perspectivas, dicho en París o dicho en Tegucigalpa, con corporativismos para mentir o para bailar la rumba. Bien, el tópico del vaso medio lleno, medio vacío o... medio vaso no se puede recurrir -siempre hablo racionalmente- porque es reduccionista de una realidad hasta convertirla en lo que no es -en casi un eslogan ahora que vivimos en mercadeo salvaje-. Es como decir que el optimismo y el pesimismo de los judíos en los campos de concentración se reducía a ese tópico meramente, cuando los que confiaban más en sí mismos o fueran creyentes tendrían, por supuesto, más frente a una media entre todos. Pero, en realidad, no se puede exigir o imponer a cualquier persona que crea no siendo creyente, ni que tenga la misma confianza en sí misma que otra a la que, a lo mejor, no conoce de nada, porque no es esa otra persona: todas son diferentes.

Resumiendo con claridad, cada persona a lo largo de su vida tiene "incontables" estados de optimismo, al lado de sus "incontables" situaciones que cada una -y por consecuencia- posee sus estados de ánimo. El ser humano es un ser emocional que, cuando odia, no significa que lo vaya a hacer sistemáticamente siempre como una máquina, sino entre otras causas porque ya ha sentido el amor como referencia emocional, como base emocional; lo ha sentido y... se confronta a eso en sus diferentes situaciones.


*José Repiso Moyano es escritor.

 

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