Domingo, 25 de julio de 2004

COLABORACIONES
Voluntad y libertad
por JOSÉ REPISO MOYANO*

Según Ortega y Gasset el ser humano es "estar siempre haciendo algo" y "ha de elegirlo y decidirlo él" aun cuando, ya de una manera, ya de otra, pretenda evitarlo. En medio o dentro de la realidad se le obliga a la máxima de tener que hacer algo, de decidir por él mismo cuál deseo ha de prevalecer, ha de satisfacer o de intentar satisfacer su vida. Decidir es lo que le animará o le desanimará al mismo tiempo que le constituirá una personalidad: libre en tanto ha decidido, ha sido capaz de influir en sus circunstancias, ha sido capaz de proyectar o de orientar una intenciones.

Pero decidirá lo que sólo haya aprendido a decidir por medio de la sociedad, por medio de lo que ha leído, por medio de sus reflexiones -según unos conocimientos- condicionado a si es posible el decidirlo o a si es factible; y lo hará él, no otro por él, por una necesidad forjada desde su interior, con voluntad. Es evidente que la voluntad posee una acción de desobediencia con respecto a la acción habitual, la de la naturaleza, en pro de un sólo individuo, que es el que decide, con lo cual tenderá ininterrumpidamente a decidir para sí, hacia una egolatría -en el contexto de la voluntad- de antemano. Esta evidencia no puede por menos que confirmar también un yo que se agranda, un yo que se edifica -lo que defendía Kierkegaard-, un yo intransferible en cuanto a que él sólo lo vive siendo, así, el único sabio de sí mismo.

A pesar de la desobediencia como protección al hecho individual que acabo de explicar el medio es la expresión o lo contenido en todo lo demás y, si el medio es anímico, lo que constituye individualmente está al arreglo de él; de lo contrario no sería. Con este aspecto, el ser humano ha cultivado anímicamente su medio y se ha dispensado, por consecuencia, en categorizarlo: lo lleva en sí como un sobreentendido que siempre le quiere expresar algo, como valores que le trascienden y a los que hay que reaccionar. El ser humano sobreentiende su propia naturaleza antes, "a priori" de cualquier otra noción de conocimiento, la intuye como mandato interior y, así, se energiza siempre desde "le dice algo" como voluntad que él debe extender, individualizar simbólicamente hacia todo lo que hace. Esto es el animismo trascendental, lo que tan de pronto implica la voluntad como misión inducida y mediada o, de hecho, corroborada por él.

El ser humano de antemano decide lo que ya tiene por imperativo, por inferencia a actuar de ese modo, en reacción constante a lo que le ha constituido en sobreentendido o en inherencia su entorno anímico.

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Nota.- Kant ya habló del "a priori" del imperativo categórico; aunque le advierto al lector de la posibilidad de caer en ciertas confusiones, le recomiendo la lectura de "Fundamentación de la metafísica de las costumbres".


*José Repiso Moyano es escritor.

 

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