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Domingo, 5 de septiembre de 2004
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COLABORACIONES
Sartre y el existencialismo por JOSÉ REPISO MOYANO*
El existencialismo era una corriente intelectual que se generó por y a raíz
de una sociedad en crisis, como la de principios del siglo XX, con unas
ideas de volver o de refugiarse en lo más humano, en el "buen salvaje" de
Rousseau, en el ser "que se vive" de Kierkegaard, en el grito emocional más
que racional: el cual despierta o hace al ser humano ser conciente de sus
sometimientos. Era un posicionamiento crítico, anárquico, rebelde; era el
vuelco de la historia a favor de un ser humano en concreto, señalado con el
dedo de la revaloración, ahí, esperando que su situación de angustia
ontológica sea tenida en cuenta, esperando ser escuchado, esperando que la
humanidad no progrese sin él, sin su sentimiento. desahuciado. Este
posicionamiento lo defendieron: Heidegger, Sartre, Marcel y Camus, entre
otros. Sus reivindicaciones se expresaron con la duda, con la lamentación de
un existir humillado o sometido (por "el todo de puertas cerradas"), con el
pesimismo, con el subrayar constantemente la carencia de un "sentido justo"
ante tanto horror que, en el mundo, recibe y protagoniza el ser humano. Por
eso, por ese aspecto de quitar cadenas y de liberalización, se puede
considerar como el primer grupo intelectual "de compromiso" con la esencia
del ser humano puesto que, si los ilustrados lo incitaron a que se librara
por medio del conocimiento de la obediencia ciega a los poderes fácticos,
los existencialistas promovían su propia conciencia crítica frente a la
sociedad y frente a sí mismo, para librarse dentro de sí mismo incluso, ya
consciente de toda clase de miseria por dirigirse, así, a la necesidad de
ser solidario o de comprender a los demás.
Sartre (París, 1905-80) sostuvo que cada uno de nosotros somos un ser
libre, en ciertas direcciones que podemos o no elegir; pero, en contra, eso
supone también una condena, una "fatalidad" de ser siempre libertad. No
podemos elegir no ser libres, no podemos elegir no desear, por lo que el ser
humano está claramente condenado, condenado a una "pavorosa" libertad. Es
cierto, dentro y no alrededor de este cerco, de lo que hay, sólo se puede
vivir; en tanto que siempre se vivirá de lo posible, de unas inesquivables
raíces en adelante pero, sobre todo, del contexto que posibilitó a tales
raíces el desarrollarse o el que formaran algo. Al lado de esta angustia, él
cree en el ser humano y lo determina como un proyecto, semejante a una
aspiración contenida o constituida por valores en cuyo centro se encuentra
la intención, el menos vano de los valores: el intentar siquiera con
autenticidad el crearse a sí mismo o el dirigirse a su felicidad. Es
evidente que esta aspiración sugiere seguir a un humanismo que no es
abstracto, sino que es concreto y necesario, un humanismo que no es el que
de forma renacentista se defendía por liberar individuos mediante mitos o
fijaciones a un "ideal del yo" con referencias o encasillamientos en la
historia. Aquí, en cambio, es un humanismo del aprovechamiento de la
libertad para construir, es un humanismo que no quiere orientarse de su
pasado, que niega asimismo definirse por naturaleza: una verdadera utopía.
Algo de virtuoso es este propósito, pero su error fundamental se descubre en
que sólo es un propósito, que abusa de proposición cuando, en realidad
-porque es realidad lo que ya somos antes de un propósito-, el ser humano
debe seguir obligatoriamente a unas referencias no elegibles, sino
condicionantes, condicionantes porque lo han hecho y porque pueda existir.
Los principios condicionan para que algo consista en algo. Es el mismo
error que cometió Heidegger; y en grado tal que, el ser humano, no es un
"ser-ahí" solamente, advertido de golpe: además la realidad lo ha permitido
"hasta ahí", por lo que no es el "ser-ahí" mágico u ofrecido en un
"abracadabra", no el ser abandonado por la realidad, sino únicamente es el
ser que se acumula de realidad y de elementos reales.
Por supuesto, lo que bien se puede hacer es modular ciertas acumulaciones o
rechazar las que son posibles rechazar -como los valores creados desde la
sinrazón o desde la ignorancia o no consubstanciales al ser humano-. Se
tendrá que hacer lo posible y eso no es absurdo ni repugnante, sólo es
conformidad real: el aceptar la realidad útil para su todo, no para la
conveniencia del antropocentrismo humano. Ya cuando este antropocentrismo o
ansia humana pide para sí más, "quita" o ignora a otra parte de la realidad
sus posibilidades.
Sartre deseaba al fin una terapia para su condición existencial y, de
entrada, significó el existencialismo sin duda una de las mejores terapias,
sobre la impostura o el atrevimiento emocional, de las inculcadas hasta el
siglo XX; porque ya se sabe que todo se debe intentar, todo, incluso lo
imposible, tan sólo por reconocer o darse al menos cuenta de hasta dónde se
puede llegar para comprender más o lo que somos.
Lectura recomendada de Sastre: "La náusea", 1938.
*José Repiso Moyano es escritor.
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