Desconozco en qué etapa de su historia EE.UU. dejó de
ser ese gran país adalid de la igualdad de oportunidades y
la libertad para deslizarse por los derroteros del autoritarismo y
el clasismo generador de rampantes equidistancias sociales y económicas.
También es posible que aquel idílico paisaje no fuera
más que otro de los decorados del servil Hollywood afanado
en el marketing patrio. El alemán
Win Wenders, en su
penúltimo film (
Tierra de Abundacia), le quita los cosméticos
al refulgente rostro americano y muestra a un país que vive
con una paranoica obsesión por la seguridad tras el 11-S, un
hecho aún reciente pero que ya ha originado un significativo
recorte de libertades civiles y recrudecido las tradicionales divisiones
étnicas. Después del brutal ataque, la comunidad de
árabes y musulmanes se ha sumado, con odio añadido en
su caso, al vagón de cola del desprecio en el que solían
estar negros e hispanos.
Land of plenty, dispuesta a describir estos otros
EE.UU., enseña una imagen impropia de una superpotencia:
la de la pobreza callejera más infame que se concentra en
guetos apartados de los grandes rascacielos, los centros de negocios
y las interminables superficies comerciales. Son las dos caras de
un país que, día a día, ahonda el surco que
divide a los opulentos de los más necesitados.
Wenders intenta explicar este contradictorio paisaje donde el derroche
y la carestía más absoluta se dan la mano desde un
doble punto de vista. El ofrecido por una joven hija de dos misioneros
adoctrinada en la constante ayuda al prójimo, y el de su
propio tío, un ex combatiente de Vietnam cuyos delirios bélicos
tras el 11-S le hacen ver enemigos árabes a la vuelta de
cada esquina. Ella llega para reencontrarse con sus raíces
norteamericanas, de las que guarda un remoto recuerdo al haber partido,
cuando apenas era una niña, hacia los distintos destinos
en los que sus padres desarrollaban su labor solidaria. Ahora proviene
del conflictivo panorama israelí impelida por su madre, ya
muerta, para conocer como adulta su país. Su madre quiso
que, en este viaje de reencuentro, fuera su hermano —y tío
de ella— quien la acompañase.
La inocente Lana desmitifica la idílica imagen preconcebida
que tenía de su país en cuanto aterriza en el aeropuerto.
De camino a la misión en la que se va alojar, dirigida por
un amigo de la familia, divisa con asombro los arrabales donde cientos
de mendigos viven hacinados. Una vez instalada en la misión,
ella prestará su ayuda en las labores de asistencia a los
pobres del barrio. Entre tanto intentará encontrar a su tío
Paul, quien anda de calle en calle patrullando con una destartalada
furgoneta a la que ha incorporado varios gadgets para sus
labores de contraespionaje. Cree que una nueva amenaza similar a
la del 11-S podría producirse en cualquier momento. Lo absurdo
de su labor reside en que sus descabellados informes tienen como
único receptor a un amigo colgado dispuesto a seguir las
órdenes de su superior con marcial subordinación.
En consecuencia, la trama sobre las peripecias de Paul y su soldado
suscita inevitables situaciones cómicas emanadas de lo absurdo.
Pero también algunas ideas para la reflexión. Porque
la delirante visión de Paul guarda cierta correlación
con el ánimo general de la ciudadanía, también
en guardia frente a las comunidades de inmigrantes árabes
e igualmente obsesionada por su propia seguridad. Wender ejemplifica
esto recurriendo al sonido de las tertulias y programas de noticias
que Paul escucha durante sus largas jornadas de vigilancia al volante
de su furgoneta. Periodistas y políticos suelen debatir sobre
hipotéticas amenazas y, al escucharlos, Paul se reafirman
en sus contumaces obsesiones.
El asesinato de un árabe a manos de unos niñatos
que le acribillaron al volante del Hummer de papá
reencontrará a tío y sobrina. E indignada por la desidia
policial a la hora de hallar un familiar cercano del difunto, Lana
tratará de encontrar algún pariente que quiera darle
sepultura y, para este menester, solicitará la sorprendente
ayuda de su tío Paul. Él acepta, pero no cejará
en su búsqueda de enemigos o potenciales ataques terroristas
mientras ella sigue varias pistas por comunidades de musulmanes.
Entre las distintas historias narradas en esta parte del metraje,
Wenders esboza un corolario en el que la conciliación entre
las culturas occidental y musulmana sea posible. Y quizá,
a juicio del alemán, ésta sólo pueda emanar
de la empatía que produciría el reconocernos unos
a otros como seres humanos, ajenos a las religiones o diferencias
culturales y étnicas que, en lugar de separarnos, debieran
limitarse a ser meros signos de diferenciación. Una sabia
recomendación de un modesto film que, sobre el soporte de
un sólido guión y unos buenos actores, pasó
por aquí con la irrelevancia habitualmente dispensada a este
tipo de cine. Una pena.