Lunes, 18 de febrero de 2002

NUESTRAS FIRMAS
El anteojo
Debate cicatero
por Matías Cobo

¿Cómo se cuantifica el mayor o menor grado de españolidad de un extranjero nacionalizado? Yo, la verdad, es que ni sé contestar esta pregunta ni me parece lógico que se plantee. Por eso no entiendo todo el barullo que se ha montado con la condición de español del esquiador Johann Muehlegg. Además, por otra parte, no creo que todo este absurdo debate se hubiera producido si el germano-español no hubiese conquistado dos oros olímpicos para nuestro país. Por tanto, creo que la polémica quizá no es más que fruto de nuestro viejo pecado capital: la envidia.

Hay gran cantidad de personas que han llegado a nuestro país y que, por diferentes razones (políticas, sentimentales o pragmáticas), han decidido obtener la nacionalidad española. Esto no es ni nuevo ni exclusivo de nuestro país —hay otros muchos en los que también se produce esta circunstancia—. Los deportistas también tienen derecho a hacer uso de esta posibilidad contemplada en nuestro ordenamiento jurídico. Lo hacen y, siempre que el proceso se ajuste a la legalidad, nadie discute si su condición de español es mayor a la de otros nacionalizados o, incluso, a la de los que hemos nacido aquí. Tienen los mismos derechos, deberes y responsabilidades.

Esta situación no se ha planteado, o aireado con tanta vehemencia, en otros casos similiares: Dujshebaev, Zivaneskaia, Iván Pérez, Donato, Catanha, Niurka Montalvo, Sandra Myers... ¿Por qué se discute, entonces, si los triunfos cosechados por Muehlegg en Salt Lake City deben considerarse como logros de nuestro deporte? Se dice de él que se ha hecho español para aprovecharse de ciertas ventajas económicas de nuestra Federación, vamos, para ocupar un lugar preferente. Se le acusa de pertenecer a la Federación Murciana de Esquí y de haber pasado por esta comunidad sólo en un par de ocasiones. También se le acusa de preparse fuera de España, de tener su residencia en Alemania y de no hablar apenas el español. Todas estas particularidades concurrían igualmente en el caso del nadador Martín López Zubero: vivía en EE.UU., se entrenaba allí y a duras penas sabía expresarse en español. Pero, claro, su nombre y su origen sí que eran españoles, por lo que nadie dudó a la hora de reclamar sus triunfos frente a las pretensiones norteamericanas de nacionalizar al deportista. Por supuesto que podíamos considerar los éxitos de Zubero como propios, dado que representaba nuestros colores, pero no veo por qué no se les puede atribuir la misma consideración a los históricos triunfos de Muehlegg.

Evidentemente, no es igual el sentimiento que produce ver en el podio a un representante español de apellidos García o Martínez que a uno apellidado Scott o Medeira. Como tampoco se pueden equiparar los triunfos del pentacampeón Indurain con los inéditos títulos de "Juanito". Se sienten más propias las victorias del primero, pero ello no es óbice para que el segundo nos represente con todas las credenciales de cualquier español. No obstante, y esto es lo verdaderamente importante, las medallas de Muehlegg quedarán como logros de nuestra historia deportiva. A buen seguro, y con el paso de los años, a nadie le importará si el primer bicampeón olímpico español en deportes de invierno (con opciones a otro metal) tuviera sus orígenes en un país distinto al nuestro. Sólo importará que lo hubo y que sus victorias las consiguió como abanderado nuestro.

 

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