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 Crítica de CINE
Sábado, 12 de febrero de 2005
Parejas en crudo
por Matías Cobo

Título: Closer
Género: Drama
Dirección: Mike Nichols
Interpretación: Julia Roberts (Anna), Jude Law (Dan), Natalie Portman (Alice), Clive Owen (Larry)
Guión: Patrick Marber; basado en su obra teatral 'Closer'
Fotografía: Stephen Goldblatt
Producción: Mike Nichols, John Calley y Cary Brokaw
Montaje: John Bloom y Antonia Van Drimmelen
País: EE UU (2004)
Duración: 98 minutos
Diseño de produccción: Tim Hatley
Dirección artística: Hannah Moseley
Vestuario: Ann Roth
Web: www.columbia-tristar.es/closer
Fecha de estreno de en España 21 de enero de 2005
La novedad de 'Closer', y lo que la hace atractiva, es su intento por mostrar de manera descarnada las relaciones de pareja desde el prisma del cine occidental, algo no muy frecuentado por éste a tenor de su amplia y reciente prole de pastiches románticos aderezados de chistes
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ABITUALMENTE, EL cine ha dulcificado e idealizado hasta grados hiperbólicos las relaciones de pareja. La comedia romántica ha sido uno de los subgéneros que más ha azuzado la hoguera de aquellas relaciones perfectas que, a pesar de los contratiempos inevitables propios de toda historia de amor, terminan por concluir con el tópico cuentista del “y vivieron felices y comieron perdices”. Haciendo memoria, de los últimos años me costaría entresacar alguna película que aborde el tema en exclusiva sin deslizarse por los derroteros de las irrealidades tan trilladas por el cine comercial. Quizá tendría que acudir a directores como Wong Kar Wai, y a películas suyas como In the mood for love, para rescatar un film que se acerque al amor y el desamor de manera más tangible. Claro que quizá su vocación estética pueda despistar al espectador y dificultarle el acceso a su diáfano mensaje de fondo: todos tenemos una necesidad vital de amar.

La novedad de Closer, y lo que la hace atractiva, es su intento por mostrar de manera descarnada las relaciones de pareja desde el prisma del cine occidental, algo no muy frecuentado por éste a tenor de su amplia y reciente prole de pastiches románticos aderezados de chistes. Filmes como Love Actually, Shall we dance? u otras similares cuentan historias de amor de saldo, de película —nunca mejor dicho—, pero se quedan en los terrenos del mero pasatiempo. Contar algo que se aproxime a la difícil realidad del amor, y encima hacer gracia, sólo está al alcance de maestros como Woody Allen; como ejemplo, su genial Melinda y Melinda.

Cuando digo que Closer ‘intenta’ mostrar el envés del amor, es decir, su cara más aviesa y egoísta, me refiero a que cuenta cosas que son realidades como puños, mientras que, por su forma narrativa, a veces también peca de caer en tópicos fílmicos escasamente verosímiles. ¿O acaso no son excesivamente forzados los encuentros iniciales de ambas parejas? Su propia estructura narrativa, colindante con la escena teatral (no en balde, la película es una adaptación de una obra de teatro), tampoco refuerza la verosimilitud de algunas situaciones.

Pero Closer sí narra pasajes y situaciones que se pueden presentar en una relación de pareja cotidianamente y lo hace tal cual, sin exagerar ni deformar aquéllos. Ejemplo de ello es la hilarante relación de cibersexo que mantienen un dermatólogo salido y otro interlocutor masculino que, metido en el papel de una ardiente adolescente, pone a mil al encelado galeno. Es el primer encuentro o diálogo mantenido entre los dos protagonistas masculinos: Larry (Clive Owen) y Dan (Jude Law). El intercambio de frases de este chat vomita realidad por los cuatros costados y, a buen seguro, algún espectador también se haya visto en alguna situación similar, divirtiéndose junto a sus amigos al hacerse pasar en la Red por una ‘abierta’ y complaciente joven.

El guión esta escrito con maestría por el propio autor de la obra original, Patrick Marber, y los cuatro actores bordan sus papeles y elevan la calidad de una película que, sin ellos, habría quedado en aguas de borraja. La notable actuación de uno de ellos, Clive Owen, le ha valido a la cinta una candidatura al Oscar a mejor actor de reparto. Aunque quizá tenga mucho que decir al respecto el Jamie Foxx de Collateral, siempre y cuando no gane la estatuilla como principal por Ray.

Los incisivos diálogos puestos en boca de los cuatro protagonistas retratan algunos de los conflictos más comunes de una pareja: el miedo al compromiso, la infidelidad o la satisfacción sexual como uno de los pilares sobre los que se sustenta una relación. Y cada uno de los cuatro personajes encarna una manera distinta de ver las relaciones y, por tanto, actúan de manera dispar cuando se hallan ante ellas. Larry es, en apariencia, el típico hombre tosco y salido, pero luego se adivina como el más auténtico y sincero del cuarteto a la hora de mostrar sus sentimientos y acatarlos con honestidad. Él sabe que el amor implica compromiso con la persona que se ama, y así se lo hace saber a Dan, quien parte de un punto de vista egoísta e infantil de las relaciones. El personaje de Jude Law se siente cómodo con el amor dependiente que le profesa Alice (Natalie Portman), pero, como es caprichoso, decide buscar otra chica con más experiencia y que tenga más que ofrecerle: la Anna encarnada por una contenida Julia Roberts.

Si se intenta leer el continuo lenguaje entre líneas que hay tras cada uno de los diálogos, éstos también nos revelarán cómo son los personajes femeninos y la evolución que siguen de unas escenas a otras. Alice ha llegado hasta Londres por un despecho que le trajo hasta ahí desde Estados Unidos. Es una mujer que, consciente de sus innegables atractivos físicos, saca partidos de ellos (se dedica al striptease) y tiende a disfrazarse para así no mostrar la verdad sobre ella misma. Sólo llegará a desnudarse, tanto en el sentido literal como en el —digamos— espiritual, en la que para mí es la mejor escena de la peli.

En ella, un Larry destrozado tras ser abandonado por Anna, que se lanza a ciegas al capricho de Dan, revisita los habituales locales de striptease de antaño con un aspecto desaliñado y completamente borracho. En una de las cabinas donde una de las chicas ofrece su espectáculo en exclusiva a un cliente,  coincide con la espectacular Alice, que ha retomado el oficio de la desnudez tras haber sido dejada por el pusilánime de Dan. Alice hace un derroche de virtudes físicas e intelectuales. Larry se empecina en saber quién se esconde tras esa máscara que, ladinamente, se empeña en mantener Alice con el desdén de una mujer que se sabe deseada por hombres babeantes, como es el caso de Larry en esta situación. Muestra todos los recodos, hasta los más íntimos, de su sensual y contoneante cuerpo, pero se niega a revelar su verdadero nombre. Larry cree que se burla de él, pues espera que le dé el nombre de Alice, el que conocía él y creía real. Pero ella, ante la brutal sinceridad con la que se expresa este hombre beodo y destrozado, sí llega a decirle su verdadero nombre al escéptico Larry. A él sí le confiesa el nombre que figura en su pasaporte, el que guarda celosamente y no está dispuesta a mostrar a nadie, ni al propio Dan con el que compartió su amor. La repuesta a esta intriga la hallará el espectador en el epílogo. Pero la escena, una de las más brillantes del film, ofrece un cara a cara antológico entre los dos personajes más fieles con su propia manera de entender las relaciones.

Hay otro detalle de ambos personajes que refuerza esta coincidencia de sus caracteres. Cuando Anna le cuenta a Larry su infidelidad con Dan, el marido cornudo decide largarse. Salta a la discusión el inevitable qué hacer con las cosas compradas durante la vida conjunta. Larry le replica a Anna que le importa un bledo el “botín”, que lo verdaderamente doloroso para él es perderla a ella. A Alice le ocurre lo mismo cuando Dan decide dejarla. Éste le pregunta qué hará con sus cosas, y ella le responde que no necesita ninguna de ellas para continuar con su vida sin él.

De Anna se puede decir que es quizá quien más ha sufrido y vivido en su vida en pareja pasada. Ya tiene un divorcio a sus espaldas y tiende a mirar con cierto escepticismo las eventuales relaciones que pueda iniciar. Deja a Larry por seguir los impulsos de un capricho, pero finalmente es consciente de que sólo merece la pena estar con quien realmente la quiere. Quizá aquí se adivine un esbozo de epílogo dulcificado, pero tampoco se pueda tildar de tal por lo contado con anterioridad.

El irregular Mike Nichols, capaz de rodar películas notables como ¿Quién teme a Virigina Wolf?, El grauado o Armas de mujer y, a su vez, de rubricar medianías como Lobo o Una jaula de grillos, abandona ahora con Closer la línea de comercialidad mantenida durante la década de los 90. Es de celebrar que este veterano realizador haya vuelto al sendero de un cine sagaz y de inequívoca calidad en la dirección actoral. Ahora queda la duda de si esta progresión se mantendrá en 1001 Noches, proyecto que se halla en preproducción y llegará a las salas en 2006.


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