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 CRÍTICA
Lunes, 28 de marzo de 2005
Adicto a la música
por Matías Cobo

Título: Ray
Género: Drama biográfico (biopic)
Dirección: Taylor Hackford
Interpretación: Jamie Foxx (Ray Charles), Kerry Washington (Della Bea Charles), Clifton Powell (Jeff Brown), Harry Lennix (Joe Adams), Terrence Dashon Howard (Gossie McKee), Larenz Tate (Quincy Jones), Richard Schiff (Jerry Wexler), Aunjanue Ellis (Mary Ann Fisher), Regina King (Margie Hendricks), Bokeem Woodbine (David), Sharon Warren (Aretha Ertegun)
Guión: James L. White; basado en un argumento de Taylor Hackford y James L. White
Fotografía: Pawel Edelman
Música: Craig Armstrong
Producción: Taylor Hackford, Stuart Benjamin, Howard Baldwin y Karen Baldwin
Montaje: Paul Hirsch
País: EE UU (2004)
Duración: 152 minutos
Diseño de produccción: Stephen Altman
Dirección artística: Scott Plauche
Vestuario: Sharen Davis
Web: www.ray.uip.es
Fecha de estreno de en España 28 de enero de 2005
Ante ese mundo que le daba la espalda, la cinta muestra cómo el genio de Georgia se refugió en su música, a la que se entregó casi enfermizamente y en la que buscó la perfección con una persistencia obsesiva
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O ES noticia decir que el cine sustentado en historias reales está de moda. Así, tras observar el actual panorama fílmico, el tópico de que la realidad supera la ficción recobra una vigencia indiscutible. En concreto, los estudios parecen haber encontrado un filón en el rodaje de las biografías de celebridades de distintos ámbitos. Casi todas las historias de los biografiados tienen aspectos comunes que, a juzgar por su éxito de público y crítica, suelen ser la alquimia de su éxito comercial y los que le aseguran un buen puñado de premios. Y esos aspectos son los conflictos vitales que atravesó aquella celebridad, aquellos obstáculos que, pese a sus éxitos profesionales, siempre acecharon sus vidas y les condujeron a puntos críticos. Por eso se suelen buscar historias de superación personal, de redención tras haber caído en el infierno.

Puede que algunas de estas cintas tiendan al enaltecimiento de la figura del protagonista en sus epílogos, pues los moralejas ejemplarizantes son muy del gusto de Hollywood. Es decir, se intenta dejar esa idea de: “Pese a todo, este gran hombre luchó hasta el final y logró la gloria, la fama”. Por tanto, el mito del triunfador —tan presente en la sociedad norteamericana— gravita casi siempre en los finales de estos filmes.

Si el economista John Forbes Nash (Una mente maravillosa) tuvo siempre que luchar contra los fantasmas de sus delirios esquizofrénicos, Howard Hughes (El aviador) debió también sobreponerse una y otra vez a su enfermiza preocupación por la higiene y a su constante manía persecutoria. La leyenda de la música Ray Charles tuvo igualmente que superar una adicción a la heroína que casi acaba con él, y así nos lo cuenta la película que nos ocupa: Ray.

La cinta de Taylor Hackford narra esta difícil etapa de la vida del músico negro, en especial en la segunda parte de su metraje, que es la más interesante al contar con un material dramático de mayor altura. Pero la narración del cómo gestó su leyenda este innovador de la música no es para nada un interregno prescindible o aburrido. Sobre todo para quienes disfruten de su música y de la multiplicidad de estilos que abordó y fusionó Charles a lo largo de su larga carrera. Huelga decir, por tanto, que la banda sonora se nutre de los éxitos más sonados del propio Ray, quien remasterizó algunos de ellos para la película poco antes de morir, cuando el film ya estaba en fase de montaje.

Y digo que el relato de esa etapa de iniciación artística es de interés porque, entre otras cosas, muestran la lucha constante de un hombre que, desde sus orígenes humildes, supo llegar hasta la cima derribando las trabas de su ceguera y su color. La primera de ellas le obligó a sobreponerse a una tara física que le condenó durante su juventud al ostracismo y a la soledad, al tiempo que a demostrar constantemente su valía como músico para ser aceptado en el difícil mundo artístico. Y la segunda, su color, también le supuso un duro escollo en la América de mediados del siglo XX, más aún en su caso, el de un hombre de origen humilde cuya formación se forjó a través de los golpes que le propinó la vida.

Ante ese mundo que le daba la espalda, la cinta muestra cómo el genio de Georgia se refugió en su música, a la que se entregó casi enfermizamente y en la que buscó la perfección con una persistencia obsesiva. La cocaína también se le presentó como una fácil válvula de escape, al igual que aquellas mujeres con quienes compartía las soledades de las constantes giras de conciertos. Pero su adicción a los estupefacientes puso en serio peligro su carrera artística y, al verse en tal tesitura, decidió pasar por el calvario de la desintoxicación. Su matrimonio casi se va también al garete y tuvo que pagar el precio del derrumbe desde el estrellato, ya que la prensa mercadeó con las miserias del astro.

Se sobrepuso a todo y continuó, ya limpio de drogas, su prolífica y exitosa carrera. Buena prueba de ello fueron los ocho Grammy que recibió a título póstumo por su disco de duetos Genius Loves Company, un álbum que le llevó al número uno de ventas de las listas americanas 40 años después de haberlo conseguido en 1964 con Modern Sounds in Country & Western Music.

Hackford, director de películas como Oficial y caballero o Pactar con el diablo, retoma con esta cinta su interés por las historias de leyendas musicales.  En 1980 filmó The Idolmaker, una película basada en la vida de Bob Marucci, un conocido promotor musical que, entre otros talentos, descubrió a Frankie Avalon y a Fabian. Más tarde, en 1987, rodó un documental sobre el concierto que Chuck Berry ofreció en el Fox Theatre de San Luis (Missouri) para conmemorar su septuagésimo cumpleaños. Ahora con Ray rinde un merecido homenaje a una leyenda a la que pudo evocar, en gran parte, merced a la genial interpretación de Jamie Foxx.

El trabajo de Foxx va mucho más allá de la emulación o de una caracterización convincente. Sus conocimientos musicales le permitieron dotar a los playbacks de una verosimilitud tal que el espectador es transportado, desde su butaca, a las virtuosas actuaciones de la sensación ciega. Y la acertada fotografía, de gran poder evocador, remacha una película que narra con acierto la vida de un músico merecedor de este notable relato.

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