O ES noticia decir que el cine sustentado en historias reales está
de moda. Así, tras observar el actual panorama fílmico, el
tópico de que la realidad supera la ficción recobra una vigencia
indiscutible. En concreto, los estudios parecen haber encontrado un filón
en el rodaje de las biografías de celebridades de distintos ámbitos.
Casi todas las historias de los biografiados tienen aspectos comunes que,
a juzgar por su éxito de público y crítica, suelen
ser la alquimia de su éxito comercial y los que le aseguran un buen
puñado de premios. Y esos aspectos son los conflictos vitales que
atravesó aquella celebridad, aquellos obstáculos que, pese
a sus éxitos profesionales, siempre acecharon sus vidas y les condujeron
a puntos críticos. Por eso se suelen buscar historias de superación
personal, de redención tras haber caído en el infierno.
Puede que algunas de estas cintas tiendan al enaltecimiento de la figura
del protagonista en sus epílogos, pues los moralejas ejemplarizantes
son muy del gusto de Hollywood. Es decir, se intenta dejar esa idea de:
“Pese a todo, este gran hombre luchó hasta el final y logró
la gloria, la fama”. Por tanto, el mito del triunfador —tan presente en
la sociedad norteamericana— gravita casi siempre en los finales de estos
filmes.
Si el economista John Forbes Nash (Una mente maravillosa)
tuvo siempre que luchar contra los fantasmas de sus delirios esquizofrénicos,
Howard Hughes (El aviador) debió también sobreponerse
una y otra vez a su enfermiza preocupación por la higiene y a su
constante manía persecutoria. La leyenda de la música Ray
Charles tuvo igualmente que superar una adicción a la heroína
que casi acaba con él, y así nos lo cuenta la película
que nos ocupa: Ray.
La cinta de Taylor Hackford narra esta difícil etapa de
la vida del músico negro, en especial en la segunda parte de su
metraje, que es la más interesante al contar con un material dramático
de mayor altura. Pero la narración del cómo gestó
su leyenda este innovador de la música no es para nada un interregno
prescindible o aburrido. Sobre todo para quienes disfruten de su música
y de la multiplicidad de estilos que abordó y fusionó Charles
a lo largo de su larga carrera. Huelga decir, por tanto, que la banda sonora
se nutre de los éxitos más sonados del propio Ray, quien
remasterizó algunos de ellos para la película poco
antes de morir, cuando el film ya estaba en fase de montaje.
Y digo que el relato de esa etapa de iniciación artística
es de interés porque, entre otras cosas, muestran la lucha constante
de un hombre que, desde sus orígenes humildes, supo llegar hasta
la cima derribando las trabas de su ceguera y su color. La primera de ellas
le obligó a sobreponerse a una tara física que le condenó
durante su juventud al ostracismo y a la soledad, al tiempo que a demostrar
constantemente su valía como músico para ser aceptado en
el difícil mundo artístico. Y la segunda, su color, también
le supuso un duro escollo en la América de mediados del siglo XX,
más aún en su caso, el de un hombre de origen humilde cuya
formación se forjó a través de los golpes que le propinó
la vida.
Ante ese mundo que le daba la espalda, la cinta muestra cómo
el genio de Georgia se refugió en su música, a la
que se entregó casi enfermizamente y en la que buscó la perfección
con una persistencia obsesiva. La cocaína también se le presentó
como una fácil válvula de escape, al igual que aquellas mujeres
con quienes compartía las soledades de las constantes giras de conciertos.
Pero su adicción a los estupefacientes puso en serio peligro su
carrera artística y, al verse en tal tesitura, decidió pasar
por el calvario de la desintoxicación. Su matrimonio casi se va
también al garete y tuvo que pagar el precio del derrumbe desde
el estrellato, ya que la prensa mercadeó con las miserias del astro.
Se sobrepuso a todo y continuó, ya limpio de drogas, su prolífica
y exitosa carrera. Buena prueba de ello fueron los ocho Grammy que recibió
a título póstumo por su disco de duetos Genius Loves Company,
un álbum que le llevó al número uno de ventas de las
listas americanas 40 años después de haberlo conseguido en
1964 con Modern Sounds in Country & Western Music.
Hackford, director de películas como Oficial y caballero
o Pactar con el diablo, retoma con esta cinta su interés
por las historias de leyendas musicales. En 1980 filmó The
Idolmaker, una película basada en la vida de Bob Marucci,
un conocido promotor musical que, entre otros talentos, descubrió
a Frankie Avalon y a Fabian. Más tarde, en 1987, rodó
un documental sobre el concierto que Chuck Berry ofreció
en el Fox Theatre de San Luis (Missouri) para conmemorar su septuagésimo
cumpleaños. Ahora con Ray rinde un merecido homenaje a una leyenda
a la que pudo evocar, en gran parte, merced a la genial interpretación
de Jamie Foxx.
El trabajo de Foxx va mucho más allá de la emulación
o de una caracterización convincente. Sus conocimientos musicales
le permitieron dotar a los playbacks de una verosimilitud tal que
el espectador es transportado, desde su butaca, a las virtuosas actuaciones
de la sensación ciega. Y la acertada fotografía, de
gran poder evocador, remacha una película que narra con acierto
la vida de un músico merecedor de este notable relato.
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