RMENDÁRIZ
CONFESÓ ayer que su mayor preocupación al inicio
del rodaje de
Obaba era la de estar a la altura de
la obra de
Bernardo Atxaga,
Obabakoak, un libro
editado hace años en euskera que, desde su publicación,
no ha dejado de recibir parabienes de crítica y público
y sumar traducciones. La adaptación del director navarro
abrió ayer la Sección Oficial del Festival de
Cine de San Sebastián. No sé si ha logrado o
no traducir las emociones de la obra literaria al lenguaje
cinematográfico, puesto que no he leído el libro.
Pero el film sí deja entrever un gran esfuerzo de Armendáriz
por condensar en el guión los recovecos que esconden
los 28 relatos de la novela. El film narra tres historias
acaecidas a sus protagonistas durante sus años de infancia
y juventud compartidos en Obaba, un pequeño pueblo
creado por Atxaga con evidentes referencias a la cultura y
geografía vascas. A esas tres se su suma una cuarta,
contada en tiempo presente, que actúa de hilván
para el resto y, en el epílogo, llega incluso a formar
parte de ellas. La protagonista de ésta última
es Lourdes (
Bárbara Lennie), una joven estudiante
de Imagen que se marcha hasta Obaba, videocámara en
mano, para realizar un ejercicio universitario.
Ella misma es la que, literalmente, conduce al espectador
por las 87 curvas de la carretera que conduce hasta Obaba
en una noche oscura y de halo misterioso. Este anticipo,
más propio del suspense, quizá despiste frente
a lo que sigue a continuación: un film dramático
bastante apegado a la realidad. Aunque, como nos irá
descubriendo la inquieta mirada de Lourdes, la realidad
de los habitantes de Obaba encierra un pasado de aristas
complejas y extrañas. Como el de la joven maestra
(Pilar López de Ayala) que trata de mitigar
la insufrible espera de una carta de su novio con el conteo
compulsivo de cualquier tarea cotidiana. A diario cuenta
escalones, curvas, lentejas o pasos como terapia para anestesiar
la angustiosa espera; esta manía tan personal, dada
su condición de maestra, será heredada por
muchos de los habitantes de Obaba. Con el tiempo se rendirá
y su destino distará mucho del que soñaba,
pero saldrá adelante gracias al inevitable bálsamo
del olvido. Otros habitantes de Obaba, como Lucas (Eduard
Fernández), no serán capaces de reponerse
de las cicatrices de su infancia. Accidentalmente, él
le causó la muerte a su hermana Marga cuando la empujó
al río mientras jugaban en la orilla. El hijo del
Alemán (Lluís Homar) también
prefirió olvidar y marcharse de Obaba para dejar
atrás una infancia triste en la que ni su padre viudo
ni él pudieron adaptarse a un mundo tan ajeno a ellos.
Pese a sus logros como reputado profesor o los de su propio
padre, como director de la mina de Obaba, él sostiene
que ambos carecieron de inteligencia suficiente como para
lograr adaptarse y ser felices allí.
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Sin
ser una película deslumbrante o incluso
adoleciendo, a veces, de escasa capacidad
para atrapar, 'Obaba' sí es
una cinta interesante y que trata de narrar
sentimientos e historias universalizables
al margen del contexto local en el que se
narran. Pero quizá esté mermada
por un pobre desenlace que arruina un arranque
lleno de intrigas prometedoras |
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Un tema éste, el de la felicidad o infelicidad asociadas
al lugar donde se vive, muy presente a lo largo de la cinta.
Y así, para el hijo adulto de la maestra (Mercedes
Sampietro), encarnado por Juan Diego Botto en
el relato contemporáneo, la felicidad sólo
pende de estar rodeado de los que te quieren y estar a gusto
allá donde se viva. Por eso, cuando le pregunta Lourdes
por qué sigue allí, él responde que
no tiene necesidad de abandonar el pequeño y, cada
vez más envejecido, pueblo de Obaba. Allí
está todo lo que necesita.
Gracias a la fiel recreación de los años
pasados, el filme aborda temas costumbristas con gran verosimilitud.
Como los odios que se enquistan entre vecinos por cualquier
disputa, envida o rencor larvados durante años. O
el reverencial temor al que dirán los habitantes
del pueblo ante cualquier comportamiento transgresor con
la moral establecida. Una moral que, como era norma 40 ó
50 años atrás, estaba marcada a fuego por
el ferviente catolicismo con el que se vivía todo.
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Montxo Armendáriz
(izq.) junto a Bernardo Atxaga, autor de la novela
Obabakoak. (MC) |
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Sin ser una película deslumbrante o incluso adoleciendo,
a veces, de escasa capacidad para atrapar,
Obaba sí
es una cinta interesante y que trata de narrar sentimientos
e historias universalizables al margen del contexto local
en el que se narran. Pero quizá esté mermada
por un pobre desenlace que arruina un arranque lleno de intrigas
prometedoras. Quizá por eso no le falte razón
al profesor de guión de
Adaptación cuando
aconseja al desesperado
Charlie Kaufman de la película:
“Ganátelos al final; si con el final te los metes
en el bolsillo, el éxito está asegurado”.
O también puede que, desde el inicio, les parezca aburrida
a quienes la vean distraídos o faltos de curiosidad
la tarde que vayan al cine. Aunque sí creo que este
cinta puede mejorar en siguientes visionados o partiendo de
otra predisposición. En cualquier caso, Armendáriz
ha rodado una cinta coral digna y muy por encima de otros
filmes españoles de este año.
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