por JOSÉ REPISO MOYANO*
Voluntad y libertad
EGÚN ORTEGA y Gasset el ser humano es "estar siempre haciendo algo" y "ha
de elegirlo y decidirlo él" aun cuando, ya de una manera, ya de otra,
pretenda
evitarlo. En medio o dentro de la realidad se le obliga a la máxima de tener
que
hacer algo, de decidir por él mismo cuál deseo ha de prevalecer, ha de
satisfacer o de intentar satisfacer su vida. Decidir es lo que le animará o
le
desanimará al mismo tiempo que le constituirá una personalidad: libre en
tanto
ha decidido, ha sido capaz de influir en sus circunstancias, ha sido capaz
de
proyectar o de orientar una intenciones.
Pero decidirá lo que sólo haya aprendido a decidir por medio de la sociedad,
por
medio de lo que ha leído, por medio de sus reflexiones -según unos
conocimientos-
condicionado a si es posible el decidirlo o a si es factible; y lo hará él,
no otro por
él, por una necesidad forjada desde su interior, con voluntad.
Es evidente que la voluntad posee una acción de desobediencia con respecto a
la acción habitual, la de la naturaleza, en pro de un sólo individuo, que es
el que
decide, con lo cual tenderá ininterrumpidamente a decidir para sí, hacia una
egolatría -en el contexto de la voluntad- de antemano. Esta evidencia no
puede
por menos que confirmar también un yo que se agranda, un yo que se edifica
-lo que defendía Kierkegaard-, un yo intransferible en cuanto a que él sólo
lo vive
siendo, así, el único sabio de sí mismo.
A pesar de la desobediencia como protección al hecho individual que acabo de
explicar el medio es la expresión o lo contenido en todo lo demás y, si el
medio
es anímico, lo que constituye individualmente está al arreglo de él; de lo
contrario
no sería. Con este aspecto, el ser humano ha cultivado anímicamente su medio
y
se ha dispensado, por consecuencia, en categorizarlo: lo lleva en sí como un
sobreentendido que siempre le quiere expresar algo, como valores que le
trascienden y a los que hay que reaccionar. El ser humano sobreentiende su
propia naturaleza antes, "a priori" de cualquier otra noción de
conocimiento, la
intuye como mandato interior y, así, se energiza siempre desde "le dice
algo"
como voluntad que él debe extender, individualizar simbólicamente hacia todo
lo
que hace. Esto es el animismo trascendental, lo que tan de pronto implica la
voluntad como misión inducida y mediada o, de hecho, corroborada por él.
El ser humano de antemano decide lo que ya tiene por imperativo, por
inferencia
a actuar de ese modo, en reacción constante a lo que le ha constituido en
sobreentendido o en inherencia su entorno anímico.
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Nota.- Kant ya habló del "a priori" del imperativo categórico; aunque le
advierto
al lector de la posibilidad de caer en ciertas confusiones, le recomiendo la
lectura
de "Fundamentación de la metafísica de las costumbres".
*José Repiso Moyano es escritor.
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