por JOSÉ REPISO MOYANO*
Theodor Herzl y su paraíso soñado
L PUEBLO judío no ha estado frecuentemente perseguido, como lo ha sido el
pueblo africano, sino unas veces sí y otras no, porque ha convivido, se ha
relacionado, se ha confrontado con su ideal cultural a otros constantemente
a fin de cuentas y, también, porque ha pugnado por el poder en los centros
de los pueblos más poderosos de Europa y de América con su condición semita,
de nomadismo primigenio; pero, tal condición, ha sido muy diferente a la del
pueblo kurdo o a la del pueblo gitano o a la del pueblo tártaro. Por eso, se
ha encontrado o ha tropezado con los problemas habituales en aquellos países
en donde se ha pretendido una depuración étnica o, tan solamente, el
preservar unos privilegios contra esos foráneos que les despertaban
desconfianza; algo que ha persistido, sin remedio, a lo largo de la
historia.
Desde eso, por entre los avances de nuestra moderna civilización occidental
los judíos vivían diseminados en Europa, en parte de Asia y en colonias por
toda América. Sin embargo, es Europa Central-Oriental la que concentraba la
gran mayoría -en densidad- y es, ahí, donde el búlgaro Theodor Herzl
(1860-1904) difunde poco a poco sus ideas sobre la realidad judía y de cómo
protegerla más bien. Establecido en Hungría y utilizando la lengua alemana
como medio de expresión, al igual que casi todos los intelectuales de su
época, se dio a conocer como escritor entre la sociedad berlinesa y vienesa,
ora con comedias, ora con artículos periodísticos, ora con crónicas como
corresponsal del "Neue Freie Presse" en París. No obstante, esta labor y sus
continuos viajes lo llevan a conocer casos muy concretos de antisemitismo,
por lo que se da cuenta que, en el fondo de la realidad, existe ese
problema, que el antisemitismo es un riesgo siempre latente para su pueblo y
que él ve desprotegido, desorientado en la "diáspora". Eso le incita a
concienciarse, a tomar partido, por lo que él llamó "lograr una existencia
nacional", un sueño: "Ya que somos perseguidos y se nos aparta de los demás,
trabajemos para lograr una existencia nacional". Aún, sí, no sabía de la
organización "Joveve Zion" que promovió el cirujano Jehudah Leib Pinsker en
Odesa, 1885, en reacción o en defensa ante los pogroms de 1882 -movimientos
antijudíos-.
Trabajó hasta su muerte por ese proyecto, desde el principio que tuvo
conciencia del sionismo o del espíritu de los amantes de Sión, buscando
colaboradores para colonizar. un lugar que resultara ser ese "Estado
nacional". Y con ese fin publicó "Der Judenstaat" (El Estado Judío, 1896),
obra capital del sionismo, donde Herzl pide una soberanía judía como
solución sobre un territorio que podría ser Palestina o Argentina: Argentina
porque poseía los medios económicos y porque allí se encontraba una gran
colonia judía, Palestina porque era la patria sentimental de su pueblo. Por
ello, para financiar tal sueño incentivó la creación de las compañías
"Jewish Company" y "Society of Jews". En ese ánimo, primero, buscó el
entrevistarse en Federico I y, luego, con la Santa Sede que se mostró ésta
reticente. En 1897 fundó el diario "Die Welt", el que supondría el núcleo de
expresión del movimiento; pero, en ese mismo año, con ansiedad de ilusiones
convoca, al fin, en Basilea el primer Congreso sionista. Después, con
Federico II, algo que esperaba, consiguió una audiencia con óptimos
resultados, pues, se ofreció a apoyarlo comprendiéndole en parte todo lo que
le había expuesto. En el segundo Congreso, también en Basilea, 1898, se ideó
el fundar el banco financiero del sionismo, "Jewish Colonial Trust" con sede
en Londres. Tras poco tiempo, en el tercer Congreso, los partidarios de
Achad Haam veían más útil un centro espiritual únicamente en Palestina, al
ver improbable una inmigración global de los judíos. En el cuarto Congreso,
ya en Londres, 1900, los británicos empezaron a interesarse por ese
movimiento que conseguía cada vez más simpatizantes. En el quinto Congreso,
1901, el Banco Colonial, su banco, se fortalece. Poco más tarde se
entrevistó con Abdul Hamid -un miembro del gobierno otomano- y éste le
propuso la colonización en la región turca de Mesopotamia, algo que no
fructificó. La comisión Británica para la Inmigración, en 1902, le abrió
nuevas esperanzas al señalarle que ese Estado podría estar en el Imperio
Británico y a eso le ayudó con algunas negociaciones; así, el ministro de
Asuntos Exteriores, lord Landsdowne, le defendió al fin, en el plan "Green
berg", según el cual se les cedería a los judíos El-Arish, en Egipto. Este
plan también fracasó o estaba hecho para fracasar, ya que era mucho pedir un
lugar que era bastante estratégico para los británicos; pero el ministro de
Colonias, Joe Chamberlain, vio mejor que fuera. Uganda, una pequeña región
del sur de África. Esa fue una proposición inviable, pues, ¿cómo iban a ir
allí si hasta a los expedicionarios les era difícil? Sin embargo, Herzl lo
tomó en serio y en el sexto Congreso, 1903, que se llamó "Congreso de
Uganda", lo propuso; pero, como se veía venir, la crítica de sus opositores
fue durísima en vista de que Uganda no era Sión, o ni siquiera se le
parecía. Como ultimátum, los sionistas rusos no querían en adelante otra
reivindicación que no estuviera en la dirección de Palestina.
Después, en 1904, fue recibido por Víctor Manuel III, rey de Italia, y por
el Papa Pío X; según éste último, Palestina no deseaba que volviera a los
judíos por sus connotaciones religiosas o por pertenecer a uno de los Santos
Lugares. El 4 de julio de 1904 muere Herzl a consecuencia de una anemia
cerebral.
Tras su muerte, el movimiento sionista, a la vez que se enriquece, sigue
presionando a personalidades políticas de todo el mundo y en 1948, la ONU,
el Estado de los judíos se los reconoce en Israel; ese fue el regalo. Al fin
queda determinado un lugar a donde podrían los judíos ir, porque lo había
reconocido un organismo internacional que sabía lo que hacía o que, al
menos, era bien responsable internacionalmente de lo que hacía. Al fin queda
determinado un lugar que lo habitaba otra gente, que contaba con otra
cultura y en donde la tranquilidad árabe, digamos, era más habitual. Al fin
se había cumplido tal sueño, el sueño de llevar un país desde el idealismo
de muchos que lograban resultados por presionar políticamente hasta la
práctica, desde donde no se sabía muy bien hacia dónde ir hasta el lugar que
se obligó o se deliberó que ya fuera allí, el señalado por el dedo, y no más
que allí. Con todas las consecuencias imprevisibles.
*José Repiso Moyano es escritor.
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