por JOSÉ REPISO MOYANO*
Visión realista y humanista de Schiller
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L HUMANISMO es una actitud cultural desde los orígenes de nuestras
civilizaciones, aunque su primer significado historiográfico lo diera
Cicerón, "humanitas", para distinguirlo de "divinitas". Esta "visión
cultural" siempre ha prodigado la sobrevaloración del ser humano por encima
de sus sometimientos y vicisitudes (1), enardeciéndose por contar su pasado,
por querer descubrir y revelar sus orígenes naturales para, una vez
vinculado a ellos, proyectar un ideal de civilidad. Por lo tanto, el
humanismo se encuentra más ligado a una responsabilidad del ser humano con
respecto a su pasado, esto es, obligado a retomar su forma natural y a
situarse como un ser consciente y crítico en lo que ha desarrollado para
revelar logros y errores. No, no se contrapone a la religión y al Estado
directamente, sino que los delata, se enfrenta a depurarlos y no, en
extremo, a anularlos. Digamos, más bien, que dirigía al ser humano a la
erudición y no a un "obedecer mecánico" de los símbolos divinos; digamos que
le gustaba resaltar sus acciones en la historia y siempre con respecto a una
estética o a un comportamiento (2) que respetaba también su hecho natural.
Eso era el humanismo que se reflejó determinantemente cuando las
civilizaciones ostentaron un gran esplendor cultural: en Asia el Budismo, en
el Mediterráneo la historiografía greco-latina y lo que conllevaba para
incentivar y conmover las artes, y en el entorno del Oriente Medio el
nomadismo "panteísta" islámico.
Con esta aclaración primera, nuestras recientes culturas han paladeado el
humanismo renacentista, luego el individualismo "real del yo" o romántico,
luego el trasgresor decadentismo -más experimentalista que el anterior- y
por último el inconformismo existencialista que, materializado en el
surrealismo, supuso todo un multimovimiento de reivindicaciones
socio-culturales. Pero éstos no obviaron, sin duda, el denominador común de
un esteticismo civil y no religioso que encumbraba al ser humano como
remodelador o educador de la sociedad que, en búsqueda de sus libertades, se
sintió protagonista frente a cualquier poder; puesto que, aun considerando
las posturas pancistas o estoicas o epicureístas de todas las épocas, que
igualmente -sin poderlo eludir- se enfrentaban a quienes las oprimían, la
cultura siempre ha polarizado un contrapoder crítico e inculcador de una o
tal idea esteticista de cultura y de sociedad, sea la que fuere.
Ahora bien, en concreto a finales del siglo XVIII, un tipo de humanismo se
engendró en Alemania como el movimiento llamado "Sturm und Drang". Éste fue,
en claro, un enfrentamiento cultural, en un país en donde no se admitían
oposiciones políticas activas, a las tiranías de lo impuesto; y utilizó el
atrevimiento, la confianza en un ímpetu renovador, la pasión por luchar por
nuevos ideales con una fe en que el ser humano debía encontrarse
-naturalizarse- con sus verdaderos impulsos interiores o vitales. Significó
la exaltación del instinto, del pietismo ("religión del corazón") y del
pensamiento de Rousseau. Entonces, consolidó de una vez por todas el
"yo-práctico", pues, si la ilustración promulgó las necesarias
transformaciones sociales, este movimiento le buscó un escenario para
hacerlas realidad y, por supuesto, un beneficio nacional como aliciente:
instaurarlo en Alemania con una didáctica decidida o impulsivamente
decidida. Ensayos de Goethe y de Herder contraponen la artificiosa "poesía
artística" al genio del pueblo o a la poesía popular rechazando el "todo
vale" desnaturalizador, lo que ratificó la dirección del arte hacia lo que
más tarde maduró como el romanticismo: el arte desprendido de casi todos los
prejuicios externos ante el "yo-interior", el arte sólo a expensas de un
ideal propio y que lo comparte con la sociedad, el arte siempre como impulso
creativo.
En 1784, Herder, uno de los geniales teóricos junto a Goethe y a Schiller
del "Sturm and Drang", publica "Ideas sobre la filosofía de la historia de
la humanidad" donde defiende un humanismo realista, la poesía popular y la
representación realista de Shakespeare (quizás el escritor más realista de
la historia al asumir la realidad en toda su polivalencia: ningún problema
que exponía en sus obras era ajeno a la realidad).
Schiller hermanaba profundamente con todo eso pero, además, ofreció su
visión reflexiva de la historia en su poema dramático "Don Carlos", en
"Historia de la Guerra de los Treinta Años" y en "Historia de la
insurrección de los Países Bajos" de una forma crítica, redefinitoria de
ideales. Sus obras "De la gracia y dignidad", "Cartas sobre las educación
estética del hombre" y "De lo sublime" eran tratados ético-estéticos que
salvaguardaban la obligatoriedad de una guía humanística para la sociedad
con un ideal fundado en una orientación estética impregnada de autocríticas,
o sea, de realidad, de asunción de fracasos o de errores. Nada puede
progresar si no reconoce, si no se responsabiliza de unos errores, nada.
Así, el ser humano puede enorgullecerse de lo que quiera, de lo que le dé la
gana; pero eso no sirve sin una responsabilidad. Los cultos a la bondad, a
la justicia y a la libertad son improductivos sin una autocrítica, sin una
base real o comprometida. Schiller elige, por ello, un héroe concebido en la
realidad, aunque viera indispensable luego una idealización, lo cual espera
que la sociedad le responda, se conmueva. El principal enemigo para él -
también para Goethe y para los demás- era la hipocresía, porque es ella la
destructora de valores y de autenticidades para progresar. Un escritor
hipócrita no tiene alguna virtud, y ahora los hay a miles confundiendo,
imitando o malogrando creaciones. A la hipocresía no le interesa la realidad
ni el progreso de la realidad, sino imponer climas ambiguos para salvar sus
propios intereses.
Schiller influyó en todo el mundo; a su juvenil himno "A la alegría"
Beethoven le puso música, y Verdi se la puso a sus geniales dramas como
"Juana de Arco" o "Don Carlos". La burguesía en ascenso lo tomó como
referencia para sus revoluciones y, en Alemania, fue considerado uno de los
escritores clásicos o imprescindibles para una cultura.
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(1) Ya Séneca propugnaba la fraternidad y el respeto a los esclavos mucho
antes del cristianismo.
(2) Hesíodo se sitúa en "Los trabajos y los días" en una dimensión moral que
busca una dignidad humana en los hechos de la vida, por consiguiente, una
justicia didascálica, enseñada y realizada por el ser humano. El ser humano
crea arte cuando empezó a hacer y a respetar su historia.
*José Repiso Moyano es escritor.
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