por JOSÉ REPISO MOYANO*
Voltaire y el laicismo
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L RENACIMIENTO supuso una crisis tanto de valores o de modelos religiosos
como de todos los establecidos hasta el momento por una cultura teocéntrica,
en cuanto a que el ser humano europeo vive una situación social nueva: la
liberación del capital y del desarrollo técnico. Este hecho le permite
seguir a un modelo de convivencia más abierta o urbana, es decir, el pueblo
se culturiza, lo que conlleva liberarse de prejuicios ancestrales, lo que
conlleva creer en sí mismo y desarrollarse con más libertad en sus
capacidades con la virtud de que él se hace -educativamente hablando- y
busca también sus propias referencias: lo natural, la naturaleza -que se
agranda con los nuevos descubrimientos geográficos- y la cultura
greco-latina. Entonces, la creencia de lo divino, es ahora, a través de una
mayor y mejor actitud crítica -se exalta la razón- y prospera con una visión
reformadora que se enfrenta directamente a los abusos de poder y la
derrochadora ostentación de la Iglesia. A partir de ese punto de inflexión,
el humanismo, es desde donde se incitan o se provocan de seguida una serie
de movimientos -luteralismo, calvinismo y anglicanismo- con la intención de
conseguir ora una independencia con respecto al papado, ora una redefinición
de la doctrina católica. Pero, no sólo de todo esto es el beneficiario el
pueblo, sino el Estado que garantizaba, con ya la asunción de todos los
poderes, una unidad nacional y protegía, asimismo, su modo económico para
subsistir: el mercantilismo.
En el siglo XVIII la burguesía se enriquece y se va consolidando como la
única clase social que lidera las transformaciones sociales. Nace ahí un
movimiento cultural, cuando el desarrollo científico está en su pleno
auge, la ilustración, que mina o destruye poco a poco las pilares del
Antiguo Régimen; Montesquieu, en su obra "El espíritu de las leyes"
establece como sistema político ideal el parlamentarismo, en el cual los
poderes se separan o quedan divididos; Lambert publica "Reflexiones sobre
las mujeres" que impulsará luego sus reivindicaciones; Diderot cuestiona el
matrimonio en la "Enciclopedia" y, junto a D´Alembert en esa publicación de
los ilustrados, promueve el anticlericalismo y difunde los grandes defectos
del absolutismo.
Si la "Enciclopedia" fue una dirección-clave por donde se instigó la
burguesía contra el poder, Voltaire significó el animador principal para que
eso sucediera, pues, sembraba y avivaba las polémicas, era quien suscitaba
las ideas y, en consecuencia, la movilización de los demás a raíz de sus
sátiras o burlas o irreverencias feroces. Sería justo, sí, considerarlo como
un líder, pero no un líder en un sentido carismático o de representar masas,
sino que todo lo que él conmovía protagonizaba ese liderazgo, en concreto,
su influencia intelectual que ridiculizaba o infravaloraba la sinrazón, las
costumbres y las vanidades de la aristocracia; aunque también en cuanto a
que, al mismo tiempo que polemizaba, sabía ganarse admiradores o
simpatizantes -con las "Cartas inglesas" elogiando la sociedad inglesa, con
"Cándido" logrando el desenfado de su entorno intelectual-. Voltaire, así,
asediaba y despertaba las conciencias, a todo riesgo -pasando tanto por
encarcelamientos como por exilios forzosos- y recurriendo a todos los
géneros, algo que sólo él supo hacer con éxito. En la "Historia de Carlos
XII" criticó a la guerra, en "Epístola de Urania" ataca a los dogmas
católicos, en "Ensayo sobre las costumbres" irritó a los calvinistas, en
"Concreciones sobre el siglo de Luis XV" se enfrenta directamente a los
jesuitas. Después de esto, es sencillo deducir que inició y despejó los
primeros trazos del camino del laicismo inculcando, además, que los seres
humanos debían decidir y ejercer por ellos mismos sus libertades, no que
fueran impuestas. La tolerancia era para Voltaire lo que la igualdad de
derechos era para Rousseau: sólo un medio justificable para un fin.
No obstante, la ilustración fue importante sobremanera porque atendió ya a
instaurar un modelo de civilización, así desmadejó todos los intereses y los
prejuicios para analizarlos a fondo, obligó a la sociedad a pasar por una
catarsis que ineludiblemente dispensó sólo unas vías justificables para la
acción política. Que ésta debía de estar basada en la tolerancia, en tolerar
que el otro pensara y decidiera libremente, era algo que Voltaire sabía o
reconocía, que él implantó como la necesaria "forma política" o incluso la
necesaria "forma intelectual", consecuente siempre con la razón; puesto que
superó a Descartes, a Spinoza y a Leibniz en racionalismo al desprenderse
radicalmente de los elementos que crean los prejuicios: Voltaire era un
"puro y duro" racionalista. Es evidente que si las cosas funcionan mal es
porque existen causas que las hacen funcionar mal; y a buscar y a explicar
esas causas es a lo que él se dedicó, con la razón, no con los fracasados
usos divinos a los cuales todos recurrían para justificar -y de hecho así
ocurría- las crueldades y las injusticias. Cualquiera se eximía de sus
responsabilidades, Dios era de la acción justificada para cualquiera, y sólo
bastaba la fácil justificación irracional: para el fin (Dios) los medios no
se cuestionaban y la mayoría pronto se justificaban con facilidad desde un
privilegio de poder.
Ahora sabemos que las leyes se fundamentan primero en razones, la ciencia en
razones y la eficacia de cualquier acción o de la política en razones. No
es, no, una casualidad. Es que todo tiene "un decir real", no "un decir
desde nada y por nada". Y la razón posee la virtud de que no inventa miedos
para manipular, sino que descubre las causes y necesidades de una realidad
manipulada -por unos cuantos- hasta el momento (aún algunos la manipulan,
porque no tienen que demostrar, sólo decir cualquier locura, que es fácil).
Voltaire alumbró con la razón la realidad, no con lo que se suponía que dijo
una divinidad de uno a otro hasta llegar a la confusión o al "todo vale".
*José Repiso Moyano es escritor.
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