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 Reflexiones | Domingo, 5 de septiembre de 2004

por JOSÉ REPISO MOYANO*
Voltaire y el laicismo

L RENACIMIENTO supuso una crisis tanto de valores o de modelos religiosos como de todos los establecidos hasta el momento por una cultura teocéntrica, en cuanto a que el ser humano europeo vive una situación social nueva: la liberación del capital y del desarrollo técnico. Este hecho le permite seguir a un modelo de convivencia más abierta o urbana, es decir, el pueblo se culturiza, lo que conlleva liberarse de prejuicios ancestrales, lo que conlleva creer en sí mismo y desarrollarse con más libertad en sus capacidades con la virtud de que él se hace -educativamente hablando- y busca también sus propias referencias: lo natural, la naturaleza -que se agranda con los nuevos descubrimientos geográficos- y la cultura greco-latina. Entonces, la creencia de lo divino, es ahora, a través de una mayor y mejor actitud crítica -se exalta la razón- y prospera con una visión reformadora que se enfrenta directamente a los abusos de poder y la derrochadora ostentación de la Iglesia. A partir de ese punto de inflexión, el humanismo, es desde donde se incitan o se provocan de seguida una serie de movimientos -luteralismo, calvinismo y anglicanismo- con la intención de conseguir ora una independencia con respecto al papado, ora una redefinición de la doctrina católica. Pero, no sólo de todo esto es el beneficiario el pueblo, sino el Estado que garantizaba, con ya la asunción de todos los poderes, una unidad nacional y protegía, asimismo, su modo económico para subsistir: el mercantilismo.

En el siglo XVIII la burguesía se enriquece y se va consolidando como la única clase social que lidera las transformaciones sociales. Nace ahí un movimiento cultural, cuando el desarrollo científico está en su pleno auge, la ilustración, que mina o destruye poco a poco las pilares del Antiguo Régimen; Montesquieu, en su obra "El espíritu de las leyes" establece como sistema político ideal el parlamentarismo, en el cual los poderes se separan o quedan divididos; Lambert publica "Reflexiones sobre las mujeres" que impulsará luego sus reivindicaciones; Diderot cuestiona el matrimonio en la "Enciclopedia" y, junto a D´Alembert en esa publicación de los ilustrados, promueve el anticlericalismo y difunde los grandes defectos del absolutismo.

Si la "Enciclopedia" fue una dirección-clave por donde se instigó la burguesía contra el poder, Voltaire significó el animador principal para que eso sucediera, pues, sembraba y avivaba las polémicas, era quien suscitaba las ideas y, en consecuencia, la movilización de los demás a raíz de sus sátiras o burlas o irreverencias feroces. Sería justo, sí, considerarlo como un líder, pero no un líder en un sentido carismático o de representar masas, sino que todo lo que él conmovía protagonizaba ese liderazgo, en concreto, su influencia intelectual que ridiculizaba o infravaloraba la sinrazón, las costumbres y las vanidades de la aristocracia; aunque también en cuanto a que, al mismo tiempo que polemizaba, sabía ganarse admiradores o simpatizantes -con las "Cartas inglesas" elogiando la sociedad inglesa, con "Cándido" logrando el desenfado de su entorno intelectual-. Voltaire, así, asediaba y despertaba las conciencias, a todo riesgo -pasando tanto por encarcelamientos como por exilios forzosos- y recurriendo a todos los géneros, algo que sólo él supo hacer con éxito. En la "Historia de Carlos XII" criticó a la guerra, en "Epístola de Urania" ataca a los dogmas católicos, en "Ensayo sobre las costumbres" irritó a los calvinistas, en "Concreciones sobre el siglo de Luis XV" se enfrenta directamente a los jesuitas. Después de esto, es sencillo deducir que inició y despejó los primeros trazos del camino del laicismo inculcando, además, que los seres humanos debían decidir y ejercer por ellos mismos sus libertades, no que fueran impuestas. La tolerancia era para Voltaire lo que la igualdad de derechos era para Rousseau: sólo un medio justificable para un fin.

No obstante, la ilustración fue importante sobremanera porque atendió ya a instaurar un modelo de civilización, así desmadejó todos los intereses y los prejuicios para analizarlos a fondo, obligó a la sociedad a pasar por una catarsis que ineludiblemente dispensó sólo unas vías justificables para la acción política. Que ésta debía de estar basada en la tolerancia, en tolerar que el otro pensara y decidiera libremente, era algo que Voltaire sabía o reconocía, que él implantó como la necesaria "forma política" o incluso la necesaria "forma intelectual", consecuente siempre con la razón; puesto que superó a Descartes, a Spinoza y a Leibniz en racionalismo al desprenderse radicalmente de los elementos que crean los prejuicios: Voltaire era un "puro y duro" racionalista. Es evidente que si las cosas funcionan mal es porque existen causas que las hacen funcionar mal; y a buscar y a explicar esas causas es a lo que él se dedicó, con la razón, no con los fracasados usos divinos a los cuales todos recurrían para justificar -y de hecho así ocurría- las crueldades y las injusticias. Cualquiera se eximía de sus responsabilidades, Dios era de la acción justificada para cualquiera, y sólo bastaba la fácil justificación irracional: para el fin (Dios) los medios no se cuestionaban y la mayoría pronto se justificaban con facilidad desde un privilegio de poder.

Ahora sabemos que las leyes se fundamentan primero en razones, la ciencia en razones y la eficacia de cualquier acción o de la política en razones. No es, no, una casualidad. Es que todo tiene "un decir real", no "un decir desde nada y por nada". Y la razón posee la virtud de que no inventa miedos para manipular, sino que descubre las causes y necesidades de una realidad manipulada -por unos cuantos- hasta el momento (aún algunos la manipulan, porque no tienen que demostrar, sólo decir cualquier locura, que es fácil). Voltaire alumbró con la razón la realidad, no con lo que se suponía que dijo una divinidad de uno a otro hasta llegar a la confusión o al "todo vale".


*José Repiso Moyano es escritor.

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