por JOSÉ REPISO MOYANO*
Estereotipos de involución
ASTA ARISTÓTELES los acumulaba: "Pero entre los bárbaros la hembra y el
esclavo
tienen el mismo puesto". Los pedagogos de todos los tiempos se han nutrido
de ellos para que prevalezca un poder, para salvar unos privilegios, una
religión,
para controlar a los demás. Se habitúa -con ellos- sistemáticamente a las
masas
porque reaccionen de una manera, lo cual garantiza en seguida que obedezcan,
se encierren en una inferioridad impuesta, se resignen.
Así, antes se estereotipaba como enemigo sin virtudes al que era extranjero,
al que estudiaba una realidad desvinculándose de su divinidad "adherida", al
que no hacía lo habitual ante una exigencia, una norma, al que gritara
derechos
de persona, pero ¿derechos?, ¿qué eran derechos entonces?
Matar se justificaba tan pronto como suponía deshacerse de aquél que
contravenía a una costumbre o sólo quería entender otras, pues, no era
válido
el aislamiento, el despegarse del tótem, del núcleo sagrado al que la vida
se lo
debía todo.
Los seres humanos se movían entre lo superior y lo inferior; los actos de fe
- vinculados a lo superior-divino - demostraban el "status" alto que, en
efecto, abría las puertas para el reconocimiento, para la integración o para
acceder a un puesto de prestigio o de poder; los actos de rebeldía, por el
contrario, demostraban un desagradecimiento a lo divino, un atrevimiento de
soberbia, una plena ignorancia, una corrupción. Por ello, no hubo sabio que
se librara de soportar directamente estas condiciones enfrentándose con
una contracultura a favor de la necesaria evolución racional: abrirse al
conocimiento, paso a paso, venciendo prejuicios y, además, sin más remedio
decir lo que demostraba aunque no gustase a muchos-.
No obstante, el vencer tantos miles de atavismos de la historia no lo han
realizado los obedientes, no, en tanto que vivían cómodos al sistema, sino
los
"endemoniados" para la sociedad, los que padecieron como respuesta a sus
sobreesfuerzos o a sus valentías contra la ignorancia. Los verdaderos
artífices, por esa razón, del progreso eran los que sabían decir no a lo
establecido.
Hasta hace poco se difundían refranes como "La mujer honrada, la pierna
quebrada y en casa". Hasta hace poco la política era asunto sólo de hombres.
Hasta hace poco la homosexualidad era considerada un vicio o una
enfermedad mientras que, la promiscuidad del hombre, en muchos sitios
una necesidad o un lujo. Hasta hace poco era justificable pegar a los hijos
o
hacerles trabajar incluso.
Ahora mismo la pena de muerte se encuentra en el ámbito de las aplicaciones
de la justicia sin la más mínima consideración a los factores de violencia
que las
mismas leyes protegen. Ahora mismo la guerra se justifica, aun a sabiendas
de
que impone el horror o una crisis social o una psicología de horror ya
imborrable
durante años a todo un país. Ahora mismo la mentira y la manipulación en
política se premia, así como suena, porque hay partes de la sociedad que,
secuestradas emocionalmente por un líder o por una ideología, lo ven todo
bien y, así, destruyen -con apoyos y con consentimientos- en imperiosa e
insaciable y vacía locura.
*José Repiso Moyano es escritor.
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