L INGENTE número de filmes dedicado al holocausto nazi apenas se
ha ocupado del destino corrido por los verdugos al término de la
contienda mundial. Sí hay grandes cintas, como
Los juicios de
Nüremberg, que se cuentan entre las excepciones fílmicas
que adoptaron este punto de vista alternativo, dispar a la legión
de relatos centrados en el exterminio de los judíos y en la lucha
de éstos por la supervivencia. Aunque, de entre las cintas destinadas
al envés de los hechos, no recuerdo haber visto ninguna que trate
de contar un relato como el abordado por
El Hundimiento. La cinta
alemana, pese al engañoso reclamo de su cartel, no es una biografía
de
Hitler ni un perfil de sus últimos días. El guión
intenta ir más allá y ofrecer una visión más
panorámica sobre cómo encajaron los derrotados el colapso
de su régimen de horror.
El protagonismo recae, por supuesto, sobre la megalómana personalidad
del führer, al que se intenta describir desde una mirada más
compleja y menos tendente al habitual caricaturismo. No se trata de humanizarlo,
pues lo despiadado del personaje reside más en sus brutales aseveraciones
que en sus ademanes histriónicos y violentos. Sin embargo, sí
aparecen muestras de trato afable y cordial de este duro hombre hacia sus
secretarias y más estrechos colaboradores. Esta supuesta humanización
del ogro no oculta, no obstante, su despiadada mente y el
desquiciamiento que de ella se apoderó al conocer el inevitable
final de su dictadura. Ese final tuvo un visible impacto correlativo en
el físico de Adolf Hitler, quien intentaba ocultar el incipiente
parkinson que le hizo mella en sus últimos días.
La fidelidad histórica que trata de respetar el film es secundada
por una ambientación más que correcta y una verosímil
recreación del búnker y despacho que ocupó Hitler
en los postreros días de la contienda. También tienen un
protagonismo sustancial en la cinta las personas más allegadas a
él, como la mujer con quien compartió la mayor parte de su vida,
la fiel Eva Brown, o su correligionario de mayor confianza, el ministro
de Información Nacional y Propaganda, Joseph P. Goebbels.
Llama poderosamente la atención un detalle sobre la personalidad
de Hitler que la película retrata con atinado acierto: la capacidad
de éste para concitar adhesiones a ciegas a sus discursos y visiones
de futuro. Sin embargo, en aquellos oscuros días del decrépito
III Reich, los escépticos ya comenzaron a dudar sobre las faraónicas
prospecciones de su líder y, por supuesto, sobre su empecinamiento
en que, finalmente, terminaría por ganar la guerra. Y pese a todo,
sí hubo muchos que le seguían creyendo, que depositaban una
absurda esperanza en una remota opción de renacimiento de la mano
del führer, a quien le atribuían cualidades cuasi mesiánicas.
Los generales más pragmáticos decidieron no seguir sus diletantes
órdenes, otros intentaron en balde hacerle entrar en razón
para evitar más sufrimiento al asediado pueblo alemán y quienes
sentían afecto personal por él le intentaron convencer de
que no se volara la cabeza. Una vez muerto el líder, y con él
su larga sombra, muchos despertaron y cayeron en la cuenta de que, al fin
y al cabo, no era más que un hombre, de carne y hueso y, por tanto,
mortal como ellos.
Algunos de los que se creían partícipes de ese imperio
destinado a regir el mundo durante 1.000 años no pudieron soportar
la idea de la derrota y siguieron los pasos de su líder; no querían
un mundo “sin nacionalsocialismo”. Otros, por su parte, prefirieron agarrarse
al incandescente clavo de la vida aun a riesgo de vivir el resto de sus
días bajo el estigma de haber participado en el genocidio más
infame del siglo XX. El ensoberbecido orgullo de los primeros les condujo
a un cobarde suicidio, mientras que el instinto de supervivencia de los
otros fue lo que les mantuvo con vida.
Reconocimiento aparte merece la soberbia interpretación de Bruno
Ganz. El actor suizo aporta al personaje certeros detalles que ponen
en evidencia las contradicciones de un líder capaz de suscitar todavía
gran interés tanto entre quienes siguen sus desquiciadas consignas
xenófobas como quienes intentan desentrañar una mente tan
malvada.
El Hundimiento es una película cuyo visionado es preciso
para completar la narración de uno de los hechos más tristes
y horrendos de nuestra historia. Quizá también nos sirva
como advertencia de que nunca se ha de confiar ciegamente en quien pretende
crear un mundo nuevo sobre la destrucción y la muerte. Porque, probablemente,
podría volver a poner el destino de los hombres al borde del abismo.
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