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 CRÍTICA
Domingo, 1 de mayo de 2005
Tiranía a pique
por Matías Cobo

Título: El Hundimiento (Der untergang)
Género: Drama
Dirección: Olivier Hirschbiegel
Interpretación: Bruno Ganz (Adolf Hitler), Alexandra Maria Lara (Traudl Junge), Corinna Harfouch (Magda Goebbels), Ulrich Matthes (Joseph Goebbels), Juliane Köhler (Eva Braun), Heino Ferch (Albert Speer), Christian Berkel (Schenck), Matthias Habich (Werner Haase), Thomas Kretschmann (Hermann Fegelein), Ulrich Noethen (Heinrich Himmler)
Guión: Bernd Eichinger; basado en el libro "El hundimiento: Hitler y el final del Tercer Reich" de Joachim Fest; y en el libro "Hasta el último momento: La secretaria de Hitler cuenta su vida" de Traudl Junge y Melissa Müller
Fotografía: Rainer Klausmann
Música: Stephan Zacharias
Producción: Bernd Eichinger
Montaje: Hans Funck
País: Alemania (2004)
Duración: 150 minutos
Diseño de produccción: Bernd Lepel
Vestuario: Claudia Bobsin
Web: www.downfallthefilm.com
Fecha de estreno de en España 18 de febrero de 2005
'El Hundimiento' es una película cuyo visionado es preciso para completar la narración de uno de los hechos más tristes y horrendos de nuestra historia
L INGENTE número de filmes dedicado al holocausto nazi apenas se ha ocupado del destino corrido por los verdugos al término de la contienda mundial. Sí hay grandes cintas, como Los juicios de Nüremberg, que se cuentan entre las excepciones fílmicas que adoptaron este punto de vista alternativo, dispar a la legión de relatos centrados en el exterminio de los judíos y en la lucha de éstos por la supervivencia. Aunque, de entre las cintas destinadas al envés de los hechos, no recuerdo haber visto ninguna que trate de contar un relato como el abordado por El Hundimiento. La cinta alemana, pese al engañoso reclamo de su cartel, no es una biografía de Hitler ni un perfil de sus últimos días. El guión intenta ir más allá y ofrecer una visión más panorámica sobre cómo encajaron los derrotados el colapso de su régimen de horror.

El protagonismo recae, por supuesto, sobre la megalómana personalidad del führer, al que se intenta describir desde una mirada más compleja y menos tendente al habitual caricaturismo. No se trata de humanizarlo, pues lo despiadado del personaje reside más en sus brutales aseveraciones que en sus ademanes histriónicos y violentos. Sin embargo, sí aparecen muestras de trato afable y cordial de este duro hombre hacia sus secretarias y más estrechos colaboradores. Esta supuesta humanización del ogro no oculta, no obstante, su despiadada mente y el desquiciamiento que de ella se apoderó al conocer el inevitable final de su dictadura. Ese final tuvo un visible impacto correlativo en el físico de Adolf Hitler, quien intentaba ocultar el incipiente parkinson que le hizo mella en sus últimos días.

La fidelidad histórica que trata de respetar el film es secundada por una ambientación más que correcta y una verosímil recreación del búnker y despacho que ocupó Hitler en los postreros días de la contienda. También tienen un protagonismo sustancial en la cinta las personas más allegadas a él, como la mujer con quien compartió la mayor parte de su vida, la fiel Eva Brown, o su correligionario de mayor confianza, el ministro de Información Nacional y Propaganda, Joseph P. Goebbels.

Llama poderosamente la atención un detalle sobre la personalidad de Hitler que la película retrata con atinado acierto: la capacidad de éste para concitar adhesiones a ciegas a sus discursos y visiones de futuro. Sin embargo, en aquellos oscuros días del decrépito III Reich, los escépticos ya comenzaron a dudar sobre las faraónicas prospecciones de su líder y, por supuesto, sobre su empecinamiento en que, finalmente, terminaría por ganar la guerra. Y pese a todo, sí hubo muchos que le seguían creyendo, que depositaban una absurda esperanza en una remota opción de renacimiento de la mano del führer, a quien le atribuían cualidades cuasi mesiánicas. Los generales más pragmáticos decidieron no seguir sus diletantes órdenes, otros intentaron en balde hacerle entrar en razón para evitar más sufrimiento al asediado pueblo alemán y quienes sentían afecto personal por él le intentaron convencer de que no se volara la cabeza. Una vez muerto el líder, y con él su larga sombra, muchos despertaron y cayeron en la cuenta de que, al fin y al cabo, no era más que un hombre, de carne y hueso y, por tanto, mortal como ellos.

Algunos de los que se creían partícipes de ese imperio destinado a regir el mundo durante 1.000 años no pudieron soportar la idea de la derrota y siguieron los pasos de su líder; no querían un mundo “sin nacionalsocialismo”. Otros, por su parte, prefirieron agarrarse al incandescente clavo de la vida aun a riesgo de vivir el resto de sus días bajo el estigma de haber participado en el genocidio más infame del siglo XX. El ensoberbecido orgullo de los primeros les condujo a un cobarde suicidio, mientras que el instinto de supervivencia de los otros fue lo que les mantuvo con vida.

Reconocimiento aparte merece la soberbia interpretación de Bruno Ganz. El actor suizo aporta al personaje certeros detalles que ponen en evidencia las contradicciones de un líder capaz de suscitar todavía gran interés tanto entre quienes siguen sus desquiciadas consignas xenófobas como quienes intentan desentrañar una mente tan malvada.

El Hundimiento es una película cuyo visionado es preciso para completar la narración de uno de los hechos más tristes y horrendos de nuestra historia. Quizá también nos sirva como advertencia de que nunca se ha de confiar ciegamente en quien pretende crear un mundo nuevo sobre la destrucción y la muerte. Porque, probablemente, podría volver a poner el destino de los hombres al borde del abismo.

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