por JOSÉ REPISO MOYANO*
El optimismo
L OPTIMISMO es de por sí emocional y, puesto que es emocional, depende
de cada persona y, además, depende de las "incontables" situaciones que
esa persona en concreto vive. Al hilo, a cada situación le corresponde un
modo de optimismo -el del carácter biológico-social de esa persona- y una
cantidad de optimismo: más, mucho más, menos y mucho menos por
ejemplo -esto es, se trata de niveles-. Y cuando el optimismo se encuentra
en menos de lo habitual en esa persona, pues es pesimismo -medido en
función a una realidad en concreto, por/ante esa persona-.
El pesimismo es una confrontación a lo que ya hay de optimismo, a lo que
ya ha habido de optimismo; al igual que el fracaso es una confrontación a
lo que ya ha habido de éxito. Cuando se supera una intención frustrada y
obtiene logros de intención en otra situación, pues es un éxito más, un
logro personal. Todo esto llevado, claro, a que cada situación produce un
resultado.
Trasladado al contexto social, el pesimismo -con sus niveles cuantitativos-
es una carencia no del optimismo, sino del optimismo intermedio que una
cultura o un pueblo ostenta. Al igual, así, el nerviosismo con respecto a la
tranquilidad de un grupo social (estará siempre más nerviosa/o la madre o el
hermano que sufre situaciones tensas frente al mimado "que le sigue"
teniéndolo todo hecho o, bien, que su hermano o su madre le evitó que
pasara exactamente por lo mismo que él o ella). ¡Ah!, pero ninguna persona
carece o puede prescindir de esas cualidades, por eso son valores absolutos
en el contexto general -individual y social- del ser humano, lo mismo que la
energía es absoluta en el contexto del espacio o la reproducción ovípara en
el contexto de los reptiles.
Más claro aún: el optimismo es absolutamente absoluto porque un elemento
es absolutamente imprescindible a la cosa-realidad de la que se está
considerando si realmente es uno de los elementos inherentes o esenciales
que lo conforman. Más claro aún: para que exista agua primero tiene que
existir oxígeno o hidrógeno. Más claro aún: para que un ser humano piense
primero tiene que tener cabeza y, luego, lo que que quiera añadir, paja,
conocimientos, etc.
Y eso es así con perspectivas o sin perspectivas, dicho en París o dicho en
Tegucigalpa, con corporativismos para mentir o para bailar la rumba.
Bien, el tópico del vaso medio lleno, medio vacío o... medio vaso no se
puede recurrir -siempre hablo racionalmente- porque es reduccionista de una
realidad hasta convertirla en lo que no es -en casi un eslogan ahora que vivimos en
mercadeo salvaje-. Es como decir que el optimismo y el pesimismo de los
judíos en los campos de concentración se reducía a ese tópico meramente,
cuando los que confiaban más en sí mismos o fueran creyentes tendrían, por
supuesto, más frente a una media entre todos. Pero, en realidad, no se
puede exigir o imponer a cualquier persona que crea no siendo creyente,
ni que tenga la misma confianza en sí misma que otra a la que, a lo mejor,
no conoce de nada, porque no es esa otra persona: todas son diferentes.
Resumiendo con claridad, cada persona a lo largo de su vida tiene
"incontables" estados de optimismo, al lado de sus "incontables" situaciones que cada una
-y por consecuencia- posee sus estados de ánimo.
El ser humano es un ser emocional que, cuando odia, no significa que lo vaya
a hacer sistemáticamente siempre como una máquina, sino entre otras causas
porque ya ha sentido el amor como referencia emocional, como base emocional;
lo ha sentido y... se confronta a eso en sus diferentes situaciones.
*José Repiso Moyano es escritor.
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